lunes, 31 de marzo de 2008

Viaje absurdo.


No ha nada más allá. Dejé de buscar hace mucho tiempo, me he dado por vencida. No soy capaz de divisar ni siquiera la luz más tenue al fondo, ni al lado, ni atrás, ni si quiera en mi propio rostro (frío, pálido y muerto).
Mis manos son como dos trozos de carne inerte, que no tienen utilidad alguna, mis pies descalzos se van clavando todos los trozos de mi vida, que se hizo añicos al caer al suelo, y quedaron puntiagudas como alfileres, aunque me consuela que la sangre que emano de ellos van dejando rastro en el camino que voy siguiendo sin rumbo alguno, por si un día me cansara y quisiera regresar hasta el destino de salida desde donde emprendí este largo viaje sin sentido en busca de lo absurdo.
Laura Martínez.

domingo, 30 de marzo de 2008

QUISIERA OLVIDAR [parte dos]

Por un segundo, la montaña tuvo más votos. Sin pensarlo más de dos veces, hice mi maleta para dirigirme hacia una pequeñita casa rural y emprender así mi viaje hacia el olvido (por milésima vez consecutiva).
Así que aquí estoy, en una montaña algo perdida en los confines del mundo. Ahora mismo me hallo sentada en el porche de una casita rural. Hay una pequeña mesa de madera enfrente mía donde dejo la botella de agua por si me entra sed, un diminuto parque para los niños, el cual quizás use algo más tarde, al lado; y un gran ventanal atrás, para así, dentro de la casa, poder divisar junto al fuego de la chimenea el precioso panorama.
Justo en la primera colina de enfrente, diviso un río, y siento sus aguas ligeramente fluir. No puedo recordar nada, (y mira que me empeño), mis sentidos parecen estar puestos todos sobre mi y sobre el pequeño río, al cual he llamado “olvido”; pues ha sido la primera cosa que ha conseguido que deje de pensar por un instante en ti.
El verde de la montaña me da que pensar. “Verde que te quiero verde”; verde como el color de la esperanza. De repente, un pequeño perro llamado Sebastián, (Sebas para los amigos), me ladra cariñosamente para que juegue con él. No me rechaza como tú lo hiciste, cosa que no sé ni siquiera si te acuerdas.
Me levanto porque ya no me apetece estar sentada y me acerco hasta el almendro aquel que viste de rosa porque acaba de florecer. Sé que es otra señal más, que el rosa va a envolver mi vida y ésta va a volver a florecer.
Entonces cojo una flor y coloco el tallo entre mi oreja izquierda, y así puedo verme algo más guapa de lo que soy.
El sol no brilla; pero eso no significa nada: el cielo nublado es ahora mi amigo, junto a la brisa de la montaña, porque me acaricia el rostro con tacto y me susurra con un código que no conozco pero sí lo logro entender, diciéndome que no tengo de qué preocuparme.
Y así, estoy toda la tarde caminando por un sendero que descubrí, allá entre los matorrales: mi sendero hacia la nueva vida que voy a tener, y no porque ésta cambie, sino porque mi mente se está renovando. Lo que me alegra, es que no he alcanzado a olvidarte, y aún así puedo vivir con tu recuerdo.
Pero vuelvo antes de que anochezca, pues debo tener cuidado por si al final me perdiera en la oscuridad y no supiese el camino de vuelta. Cuando regreso a la pequeña casita, me acuesto en el sofá y enciendo el televisor. Por primera vez, no has sido tú la primera imagen en mi mente.
Sí, lo he conseguido. Ya ni siquiera tu recuerdo me atormenta como lo hacía unos días atrás. Ahora sólo me hace falta regresar a la ciudad y comprobar que ha sido efectivo. ¿Probamos?

Laura Martínez.

viernes, 28 de marzo de 2008

El destino de un viajante


-¡Niño, tira pa´Linares!- me dijo, matándome por el vocerío y echándome de casa cuando me vio en el lecho con otra mujer.-¡Y no vuelvas!
Y aquí estoy, emprendiendo mi viaje hasta donde ella me dijo. Ni siquiera sé dónde está ese lugar; (es que soy algo inculto). Pero de repente, me encuentro con otro viajante, alo despistado como yo.
-¿Y a dónde se dirige usted?- le pregunto
-Pues no lo había pensado- contesta dubitativo - Soy un ánima perdida, y ando siempre vagando sin rumbo. ¿Te apuntas?
Y, decidido, di media vuelta hacia el limbo.
Laura Martínez.

jueves, 27 de marzo de 2008

Sin ti...

Si no hubiera palabras para dedicarte, tal vez ya no podría escribirte esta carta. Pues tengo tanto que contarte, tanto que decirte... es todo interminable.
Te añoro, como añora el cielo al Sol, como el piano a sus notas, como las palabras a su papel, como el mar a sus olas; te añoro, como añora un ser a su alma.
Y miro tras la ventana, y veo el reflejo de un espectro al que no se puede ver pero sí sentir... te veo a ti. Entonces esa mirada, que intuyo en el corazón, me invade con una pequeña y cálida sonrisa, y sus ojos serenos y llenos de coraje, me miran, aunque esta vez con cobardía, temiendo a algo que no puedo alcanzar a saber lo que es.
El paisaje curvilíneo y lleno de olas causadas por la brisa y el mar, llenan el vacío que me deja tu ausencia, llevándome a la vez junto a ti, en mi mente. Y te siento aquí cerca, conmigo, pero a la vez un ligero viento viene y me azota la cara con brutalidad y es ahí cuando sé que no estás a mi lado.
También la brisa deja de soplar y las olas no funcionan, te pierdo de nuevo una segunda vez.
Vuelve. Junto a ti puedo volar, correr, gritar.... si tú no estás, mi voz se vuelve muda. Mis alas se rompen y ya no tengo piernas para poder salir corriendo.

Sin ti, los ángeles lloran, y las calles se empapan con sus lágrimas. Los cristales se humedecen, y los niños ya no suelen salir al parque, porque todo está mojado.
Sin ti ya no hay mar que valga alguno. Ni el fuego apaga al frío, ni el gélido aire al calor.
Sin ti el cielo se cubre con un manto grisáceo, impidiendo el paso del sol, entonces las plantas dejan de crecer y el oxígenos muere, matándonos a nosotros también. Si tú no estás ya no hay vida, y mi corazón se para, se congela, para poder latir cuando estés junto a su lado.


Laura Martínez. (2005)

miércoles, 26 de marzo de 2008

LA INDIA

Todavía sentía el calor del fuego. Nos alumbraba y protegía de la noche y sus peligros; nos protegía de aquel negro oscuro y del frío; frío que apenas sentía.
Su cuerpo danzaba al son de los tambores, que estos sonaban al compás del ulular del búho y el silbido de los grillos.
Todo su cuerpo, sus cabellos y sus ropas ondulaban como las llamas del fuego y éste soltaba chispas de pasión.
Yo la contemplaba; era lo único que podía hacer. Mis pupilas se dilataban cada vez que ella se fijaba en mí; me ponía nervioso.
Los indígenas cantaban, y el silencio era invadido por aquellos cantos y aquella música; música que jamás escucharé en ningún otro sitio, pero aún así, sólo podía fijarme en ella.
Los cantos, los tambores, el búho y los grillos eran parte del segundo plano. Sólo podía contemplarla, mirarla, y seguir su cuerpo con los ojos.
Todo era perfecto. Su piel tostada y brillante emanaba suficiente luz para alumbrar la zona; su cabello era negro, largo y lacio, con pequeñas trenzas a los laterales adornando, y una cinta alrededor de la cabeza, de un color rojo fuego.
Su cuerpo esbelto y medio desnudo seguía moviéndose con aquellos “trapos” de pieles que le tapaban sus pechos y sexo. Sus ojos irradiaban, su sonrisa leve era protagonista de su mirada perfecta, y su nariz pequeña y redondita le daba su carácter. Sí, todo era perfecto.
El jefe indio fumaba la pipa de la Paz, sentado en cima de una alfombra de pieles de conejos. Reía. De vez en cuando me miraba y me ofrecía carne de búfalo. No me atraía nada aquella carne, pero rechazarla sería una ofensa, así es que asintiendo con la cabeza di las gracias. La sangre de aquella carne medio cruda se encontraba en la base del cuenco de madera, y las moscas se posaban de vez en cuando en ella. Cerré los ojos y comí, aunque por un solo segundo, pues no quería dejar de observarla.
Toda la fiesta fue emocionante, los tambores, el fuego, la danza, la carne de búfalo, la noche, la india, el calor... incluso el sudor que éste hacía que desprendiera.
No podía resistirlo; pero indignado me acerqué a mi tienda dispuesto a dormir. Me arropé con las pieles y cerré los ojos medio cansados.
De repente, la India entró. Sí, aquella preciosidad se percató de mi deseo y trató de saciarlo.
Entró medio desnuda, y en unas milésimas de segundo, su cuerpo ya no estaba tapado con nada. Vi sus ropas deslizarse por su cuerpo hasta caer al suelo; vi su mirada perversa y pícara observándome, vi su silueta perfecta. La vi indefensa y a la vez fuerte.
Decidida, se acercó a mí, con aquellos andares airosos que tenía; yo sudaba, pero ella se seguía acercando sin percatarse de mis nervios, nervios por la expectativa de que la noche guardase algún travieso placer.
En un instante indescriptible, su cuerpo desnudo se posó en cima del mío, y nos fundimos en un solo y único ser. Nuestros cuerpos se unieron, como se unen dos imanes de polos opuestos, rechazando cualquier espacio vital que pudiera existir en aquel momento. Mientras nosotros sentíamos la pasión, el fuego, afuera, chispeaba con más intensidad. El canto de los indios sonó más fuerte, y el sonido de los tambores eran más intensos y fuertes que nunca. Comenzaron a aparecer estrellas en el cielo y se alinearon y brillaban en el cielo, pero no había estrella más singular, que hubiera podido ver nunca, que aquella hermosa india.


Laura Martínez.

sábado, 22 de marzo de 2008

Obsesionada

Tenía ganas de llorar, más me contuve las lágrimas. Un sentimiento y emoción de impotencia que antes nunca había sentido: me había convertido como todas las demás, o eso era lo que me dijeron.
-Intenta escribir sobre otras cosas para ver si la obsesión desvanece.- me decía mi amiga Andrea- Sabemos que puedes salir de esos ámbitos en los que ahora te centras…
-Y que no son malos- me decía Seki, mientras cortaba a Andrea- … sólo que la obsesión no es buena.
Yo sabía que tenían razón, pero enfadada, me crucé de brazos, puse morritos y añadí:
-Son cosas de la edad, cosas normales…
Mis amigos sonrieron tristemente como compadeciéndose de mí y negaron con la cabeza.
-Es algo que se pasa de lo estable, Laura. Tu vida parece que sólo se centre en eso, y creemos que tienes un problema. Eres una obsesiva.
-Además-volvió a cortar Andrea- no disfrutas de tu propia obsesión…
Ahí puse una cara entre… “No sabes ni tú misma lo que dices” y “¿A qué demonios te refieres?”
-Sí Laura, sí… cuando tienes lo que quieres, estás deseando que llegue otro momento igual.
Los comprendía a ambos. Seguramente habrían tenido conversaciones entre ellos acerca del tema y habrían estado opinando en contármelo a mí.
-Incluso tú misma te engañas intentando decirte que no estas obsesionada, y así nos engañas a nosotros- añadía Ezequiel- sólo que ahora hemos descubierto tu secreto, y no nos podrás engañar más.
Mi frustración era evidente. No tenía escapatoria por ningún sitio; mirase a dónde mirase, por cualquier objetivo, tenían ellos razón. Pero, ¿cómo solucionarlo? Era tan impulsiva hacia aquellas sensaciones y pensamientos (incluso acciones) que parecía no tener remedio. “Está bien. Tranquila, respira, sabrás solucionarlo.”
-Lo estáis exagerando todo un poco… ¡Claro que disfruto de lo que hago!…
Pero me volvían a dedicar aquellas caras de compasión, como si la necesitara.
-Intenta no pensar siempre en lo mismo… sólo te decimos eso.
Entonces, una llamada gloriosa de mi madre, me rescató de aquella conversación y me marché del lugar.
Ahora por la noche, he reflexionado sobre lo que me dijeron. “Escribe, y verás que no siempre interpretas lo mismo” Y aquí estoy. Sabía que si me ponía a escribir de mis sentimientos, acabaría escribiendo más de lo de siempre, una cadena de mini relatos con enlace y que, si las leías seguidas en orden cronológico, podrías divisar en ellas la historia final de mi obsesión.
No pienso escribir más sobre eso, es más, me he propuesto hasta no mencionar el tema en este escrito. Porque no me gustan las obsesivas, y yo me he convertido en una de ellas.
¿En qué puedes escribir? Me pregunto, intentando no pensar en el tema de siempre.
“Sobre cuando miras la ventana” me digo “No, no. Sobre cuando miras la casa que ves a través de la ventana; o quizás podrías escribir acerca de lo tonta que eres, o de cómo a veces eres una dramática sin remedio, o te encanta llamar la atención sin conseguirlo, o cómo te encanta que te halaguen, o en general, podrías escribir sobre tus defectos”
Pero sin remedio alguno, la obsesión vuelve a la cabeza, y me doy cuenta que, por primera vez he admitido mi obsesión y me compadezco incluso de mí misma.
No puedo remediarlo…
Laura Martínez

viernes, 21 de marzo de 2008

Dia internacional de la poesía


EMOCIONES VIVAS



El susurro de los cielos agita los brazos de los árboles, Remueven sus hojas, les toca el corazón, más el frío de estos vientos no congela mi temor.
Las nubes soplan y soplan, y no hay otro resplandor,
Que el de tu triste ausencia que me hiela el corazón.
Vivir y no sentir, seguir una senda para perderse y quedarte de nuevo sin emociones.
Dormir y no soñar, dejar tu mente en blanco y sentir querer volar, correr, saltar, más tu alma está perdida y no sabes apreciar.
Luna sin brillo, estrella sin brillar. Pero el cielo no está oscuro, ¡No lo quieras apagar! Pues ya no habrá posibilidades de volverlo a reanimar.
De nuevo el cielo se agita, se vuelve a emocionar, y la luna y las estrellas no se vuelven a pagar.
Tu cuerpo encuentra a su alma, y tu vuelves a soñar,
con aquellas olas espumosas, con la arena, con el mar...


Laura Martínez (2005)

martes, 18 de marzo de 2008

QUISIERA OLVIDAR


Ayer me fui a la playa a olvidar. Olvidar el intenso aroma que dejaste, y así mismo, intentar que perdure uno nuevo que no sea el tuyo.
Cogí mis cosas, preparé mi bolsa de playa, y me dirigía hacia la parada de bus para poder llegar hasta el lugar que quería. Y allí que me encaminé yo un domingo a deshacerme de mis recuerdos.
Cuando me bajé del bus y me vi en la playa, mi pie sintió el tacto de la arena sobre sus plantas, y el cosquilleo que me proporcionaban; (me olvidé de que una vez tu me soplaste en ellos haciéndome sentir lo mismo)
Me quité la camiseta a rayas azul y blanca, y la falda veraniega que tenía para poder extenderme sobre la toalla con el nuevo bikini que me compré especialmente para aquel día; a la vez que me despojaba de mi ingenuidad cuando me desnudaba ante ti.
Me tumbé a tomar el sol, no sin antes ponerme protección solar. Mientras me embadurnaba de loción pringosa, me olvidé de tus besos sobre mi cuerpo dejándome parte de ti en él.
Cerré los ojos y me concentré en el suave código de las olas del mar, olvidándome de tus palabras que me susurraban eternidad. El Sol me quemaba la espalda; entonces desvaneció de mi mente el recuerdo del calor que tu cuerpo desprendía junto al mío.
Cuando decidí meterme en el agua, (una vez que ya me había tostado bastante), la salinidad del mediterráneo hacía que me escocieran las heridas, y me olvidé de las que tu me hiciste a lo largo de nuestra historia; y cuando comencé lentamente a nadar y sentir las corrientes marinas sobre mis piernas, me olvidé de nuestros paseos invernales en aquel parque donde siempre corría el viento.
Cansada, decidí tomar de nuevo un poco el Sol. Sentí cómo la brisa de fuera me azotaba el cuerpo y cómo mi vello se erizaba, entonces corriendo fue a coger una toalla limpia de mi bolso y me sequé; en aquel instante, olvidé el momento en el que tú me diste tu chaqueta aquella noche para resguardarme del frío.
Peor de repente el mar comenzó a enfurecerse, y el aire elevó su intensidad, (olvidé entonces la causa belis de nuestra distancia), y vi cómo el cielo nublado me quitaba el Sol y el buen tiempo, echándome de allí, y, sin remedio, cogí la toalla para espolsar hasta el último grano de arena que tuviera y , así mismo, espolsaba cada recuerdo feliz a tu lado. De nuevo me puse mi falda y mi camiseta rayada, y me marché.
El mar; al igual que tú, se había hartado de mi presencia, y me echó de aquel lugar a patadas; y, entonces, el intento de borrarte, se convirtió en un sinfín de recuerdos sobre ti, porque cada cosa que hacía la relacionaba contigo.

La historia se repite una y otra vez, donde quiera que vaya, donde quiera que me quede, dondequiera que intente olvidarte…

El destino me perseguía y nopude cambiarlo, así es que, derrotada, subí al último bus de la tarde, y me despedí del mar, al igual que hice contigo. La monotonía de la historia viene conmigo agarrada de mi falda, mirándome la camiseta a rayas…

Quizás en esta ocasión, la montaña sea el lugar ideal para olvidarte. ¿Probamos?
Laura Martínez

sábado, 8 de marzo de 2008

Mañana casta


"No hasta que por fin me haya mordido" me dije mientras lo miraba con deseo. "Vamos... sólo un mordisquito" él sabía lo que yo quería, y el quería lo mismo que yo, entonces ¿a qué estábamos esperando? Supongo que ninguno tomaba iniciativa en el juego. Ambos nos mirábamos: nerviosos, con vergüenza y además, con deseo. Pero la tarde se consumía, y con ello llegó la noche, y todavía sin ocurrir nada. Y a pesar de dormir juntos, abrazados y acurrucados el uno junto al otro, la prudencia nos pudo. Y así nació una nueva mañana casta junto a él.
Laura Martínez.

miércoles, 5 de marzo de 2008

LA SALA...


Mi tembleque hizo que pensara que había sido yo, entonces el sujeto (ya que ni yo misma, que estaba contemplándolo, sabía lo que era), me miró con una sonrisa malévola y, malicioso, se acercó a mí.
-¿Has sido tú?- preguntó serio, pero sin dejar de sonreír a la vez.
Vacilé a su pregunta antes de contestar.
-Nn-n-no- titubeé.
Entonces creció en él un inmenso mar de ira que abalanzó contra mí, segundos después.
Sentí el dolor sobre mi cuerpo, pero no físico. Sus palabras me atestaban e invadían, sus gritos y su elevada voz se me colaban por los oídos; sus insultos y blasfemias me oprimían la garganta impidiendo así mi “auto-defensa”.
Y sin nada que poder hacer, me llevé el largo discurso y el largo griterío del sujeto, por un delito que yo no había cometido.
-¿Has sido tú?- me volvió a preguntar.
¿Qué se suponía que debía contestar, lo que él quisiera oír? Dijera lo que dijera, me ultrajaría como de costumbre; así es que decidí callarme y hacer como que le escuchaba.
Pero aquel día todo llegó mucho más lejos. Me abofeteó la cara con violencia, y , tras eso, contemplé, con un miedo atroz mi destino.
Algo había oído hablar de aquella horrible herramienta hacia la muerte, pero nunca llegué a pensar que tal cosa en sí, podría existir.
Me llevó a rastras a una sala oscura, fría, húmeda y maloliente, donde dentro habían cuatro sillas mirando al frente, y pegadas unas a las otras. No eran sillas normales y corrientes, claro estaba. Aquello parecía una sala de consulta dental, sólo que muy descuidada.
En una de las sillas había sentado un hombre, en otra una anciana y en otra, un chaval no mucho más mayor que yo.
Estaban atados a los respaldos por unos cinturones de cuero, al igual que las muñecas y los tobillos.
Alrededor había más sujetos, que poseían la misma mirada frívola y atacante.
El sujeto que me había arrastrado hasta aquella habitación, me propinó un empujón hacia el asiento, y me ató tan fuerte, que pensé que iba a morir antes por falta de respiración.
El hombre que había sentado en una de aquellas sillas gritaba perdón, lo suplicaba.
La anciana reía, posesa, y decía que y había vivido lo suficiente; sin embargo, el muchacho parecía neutral, parecía no sentir.
Cuando comprendí en realidad hasta dónde querían llegar con mi castigo, rompí a llorar en mi silencio. Los demás condenados chillaban, excepto el chaval, y yo así lloraba más amargamente por el miedo a morir. Éste, entonces, me miró y sonrió, y haciendo un esfuerzo, me acarició con el dedo meñique mi dedo pulgar, (como estábamos atados, no dábamos a más). Me estaba consolando, por así decirlo.
-¿Qué hiciste tú?- me preguntó, a la vez que se oía la voz de uno de los sujetos hablar. “Por falta de disciplina, condenamos a…”
Yo ya no quería escuchar.
-Nada…- suspiré- ¿Y tú?
“… los aquí presentes, con pena de muerte por…”
-Intentar sobrevivir- me contestó el muchacho.-Robé algo de pan al sujeto, me estaba muriendo de hambre…
Y, de repente, cesó de gritar la anciana loca. Su cuerpo inerte posado en la silla había perdido el color. Seguidamente fue el hombre que suplicaba clemencia quien murió, y tras él, el muchacho. Yo cerré los ojos (digo mientras los cierro), tragué saliva (digo mientras la trago), me aferré al asiento (digo mientras que agarro con las manos lo que puedo a la silla) y morí, (digo cuando he sentido el dolor de la muerte.)
Laura Martínez.

martes, 4 de marzo de 2008

PANOLI PER COMPLET.


Sí, ho ho sé. Hi ha dos cuses que son pròpies d'una carta apocada i faltada d'emoció com esta, la primera que sóc xica, i la segona, que tinc 15 anys, per tant, crec que estic en la nomia "edat de pavo"
Bé, per a començar volia donar-te les gràcies. M'has fet endurir molt gràcies als teus jocs de: "Anem putejar la xiqueta" i, ho sent per la paraula, però és que estic un poc farta de les teues favades. Jo sé una cosa, i estic segura d'això: t´estime. Però tu no m'ho deixes clar; primer em besaries, després sèries el meu amic, després te'n vas d'ací, després tornes quan per fi t'havia oblidat... Tin clar una cosa, i és que no sóc cap joguet. Però... a pesar de saber que no pares de ser un envanit egoista (i encara que em coste admetre-ho) te trobe a faltar...
Sí, no puc evitar ser panoli per complet. Sempre espere que arribe un dia en què et toque dir que hui m´estimes... encara que sàpia que en el fons és part del teu joc.
Sospir... Per què eres així? Saps que t´estime i que seria capaç d'aguantar qualsevol idiotesa que em digues, qualsevol insult...
Dis-me quan estaràs de nou preparat per a amar-me, que allí estaré jo, la teua panoli, esperant-te
I és que, encara que no ho volguera, continue sent la teua panoli...
I ací estic, pensant en tu. Potser intentant no plorar, però no ho puc evitar, així és que... ho sent. Sent ser una completa inútil que només pot plorar i menejar el cap per a donar-te la raó. Desitjaria tindre més personalitat... però no puc.
Mire a través de la finestra entelada per la humitat i pel fred que em deixa el teu buit, i em pregunte si estaràs pensant en mi... que il•lusa... ho sent de nou, sent ser la teua panoli. No sé per què no començe a oblidar-te d'una vegada per sempre. potser siga perquè no vull; en realitat m'agraden els dies en què et toca amar-me, em sent bé quan em dius guapa... però són només eixos dies...
Per això, espere que després de llegir estes estupideses. decidisques per fi el "t´estime" o el "no t´estime" definitiu, i que per fi acabe el teu gran i penós joc.
Fins llavors...

La teva panoli.


P.D1: Mijor oblida't de mi, i passa d'esta carta.
P.D2: en realitat sóc jo la que et devería oblidar.
P.D3: si seguisc així podria escriure't una altra carta.
P.D4: t´estime....


Laura Martínez.

Sé que muchos no lo váis a comprender, porque está escrita en Valenciano xD

lunes, 3 de marzo de 2008

Interminable...

Sonó el teléfono aquella noche de luna llena. Lo cogí, deseando que fuera mi amiga invitándome a salir. Con suerte, era Iris, quien quería dar una vuelta y pasarse por una fiesta que había por Neu-Ulm, la ciudad de al lado.
Rápidamente, y con eficacia, recogí de una pasada mi perlo enmarañado, cogí una chaqueta del perchero y me dirigí hasta la parada del autobús. Era tarde, aunque no demasiado.
Los grillos cantaban: <<>> Era lo único que podía oír, a pesar de que dicen que el frío hace que se escuchen menos. Ni un coche, ni una moto, ni una bicicleta pasaba por aquella carretera, y yo, sentada en la parada, comencé a temblar un poco, y no del frío precisamente.
Miré hacia mi izquierda: dos focos de luz me cegaron. Era el autobús que se acercaba hacia mí. Cuando paro, entré, pagué y me senté en una butaca vacía. En realidad todas estaban vacías.
Iba tambaleándome al son del bus, ya que sus movimientos en la carretera eran un poco bruscos. Cuando se detuvo en la siguiente parada, me bajé. Sé que quedaban todavía un par de ellas más para llegar al sitio, pero no sé qué me daba más miedo: si andar sola hasta aquella fiesta, o seguir sentada en el bus e imaginarme a un conductor loco con un cuchillo en la mano atacándome. Lo sé, tengo una imaginación algo penosa.
Vi cómo el autobús me abandonaba y se alejaba por la oscura carretera. De nuevo el sonido de los grillos: <> y esta vez se le sumaba el sonido del crujir de las hojas secas que yo pisaba.
No había nadie en las penumbrosas calles de Ulm. Las farolas estaban apagadas, y ni siquiera el brillo de la Luna llena iluminaba el camino. En las casas todas las luces estaban apagadas también. La oscuridad invadía espacio, aunque estaría por ver si el tiempo también.
A mí, sin importarme continué mi camino. Pero tal negrura había, que me perdí en el infinito negro de la carretera. Me desorienté, pero cuando me di cuenta ya era demasiado tarde.
Con cierto esfuerzo, divisé de nuevo una parada de autobús allá a lo lejos. Y decidí sentarme a esperar el próximo para que me explicase el camino, o si no, subirme en él. Cuando llegué, me senté en su banco azul e incómodo, algo sucio por la ajetreada vida que llevaba y porque la gente la verdad era un poco cochina.
De nuevo el silencio me invadía, ya ni siquiera el canto de los grillos sonaban; y aquel sosiego que mi cuerpo poseía, se fue desvaneciendo y convirtiendo en un miedo aterrador.
De repente, a lo lejos, vi a un señor acercarse hasta la parada. Mientras se iba a cercando, cada vez me daba más cuenta que se parecía menos a lo que era un humano, un “ser” le atribuí yo a su descripción.
Vestía ropas negras, y su rostro no lo conseguí ver, a pesar de que cada vez se iba acercando más y más. Pensé en salir corriendo, pero el miedo me lo impedía.
Mi respiración ya no era regular, sino fuerte y rápida. Tenía la pelusilla de los brazos erizados, y cuando por fin se halló a mi lado pude contemplarle: tenía una mirada ausente, unos labios finos y serios. Una nariz pequeña, aunque puntiaguda, y sus ojos… Aquellos ojos jamás podré olvidarlos. Parecían dos pozos negros sin fondo, donde te podías sumergir en su infinita tristeza y saborear el dolor junto a él. Dos ojos que miraban por mirar, y que no sabían lo que veían, por eso, dudé de si se había percatado de mi presencia.
De repente, desperté.
Eran las once y cinco de la noche. A partir de ahí no pude dormir. Sonó el teléfono, y mientras lo cogía vi que era Luna llena.
-¿Sí?- pregunté
Y al otro lado del teléfono me contestó mi amiga Iris invitándome a salir. Accedí, y tras arreglarme un poco, fue en busca del bus. Cuando paró, me senté en una de las butacas vacías: en realidad todas estaban vacías. Y en la siguiente parada, aunque todavía faltaban un par, me bajé y decidí caminar un rato. Los grillos cantaban y las ramitas secas de los árboles que yo pisaban se quebraban haciendo un pequeño ruidito:
Me perdí, de repente, y si poder hacer nada, me senté de nuevo en una parada de bus. Por cierto, qué asco de bancos…
Comencé a tener miedo, sobretodo cuando pude ver a aquel señor acercarse lentamente hacia mí.
Cuando vi sus ojos, me estremecí y me sumergí en su propia tristeza… ¿Qué quería de mí? ¿Qué significaba aquellos ojos negros? Parecía estar más perdido que yo, parecía no tener alma…
-Ayúdame- me decía.
Pero yo no sabía qué hacer. Asustada, mi corazón comenzó a latir fuertemente, y cuando pensé que me iba a estallar, desperté.
El teléfono sonó. “Ojala se mi amiga Iris invitándome a salir”
Laura Martínez. 2006