sábado, 31 de mayo de 2008

Capítulo uno (parte dos)




EL MISTERIO DEL BOSQUE.






(Septiembre)



Yo vivía en Cherryville, un pueblecito allá perdido en el estado de Carolina del Norte. Era un pueblo pequeñito, dónde conocías a la mayoría de sus habitantes.
Mi casa era una de las más grandes, y tenía una historia muy larga: fue construida en la época victoriana, para grandes nobles estadounidenses. La anterior familia que vivía en ella se mudó a otra más grande aún, y como la vendían a un precio bastante asequible si miramos bien su relevancia, mi padre había decidido hacer un pequeño esfuerzo y comprarla. Ahora era de nuestra propiedad.
Tras mudarnos de la gran ciudad de Chicago para vivir una vida más tranquila, recuerdo las innumerables cajas que recogíamos desde el camión de la mudanza y cómo las desembalábamos para ir ordenando cada cosa en su sitio.
Mientras cargaba con una de aquellas cajas, vi en la carretera una chica que paseaba con su bici color rosa. Miraba curiosa cómo mi familia y yo recogíamos las cosas del camión y tras eso se acercó y preguntó.
-¿Sois nuevos?
Mi madre le sonrió y asintió.
-Sí. Es la primera vez que venimos aquí. Mira te presento a mi hija, debéis tener la misma edad.- y me señaló con descaro.
La niña sonrió.
-Hola, me llamo Abigail, pero puedes llamarme Aby.-me dijo.
Yo siempre fui algo vergonzosa y titubeé un poco antes de decirle mi nombre.
-S… soy Clare.
Años más tarde, aquella chica se convertiría en mi mejor amiga.


Chris aparcó el coche en el parking del “Blue sky”, una discoteca a las afueras de Charlotte, en cuanto llegamos.
Llevábamos dos horas y media en coche y sentí un pequeño mareo al bajar de él.
-¿Estás bien?- me preguntó Lorie-Te veo mala cara.
-Estoy bien, gracias-dije mientras me erguía para que no se me notara tanto el mareo.
Mientras íbamos a comprar los tickets, vi cómo un grupo de chicos, de no más de dieciséis años, rodeaban un innumerable montón de botellas de alcohol.
-¡Hey guys!- dijo uno de repente- ¿Os hace uno?- y señaló a un vaso lleno de vodka.
Chris hizo ademán de cogerlo, pero nuestras miradas penetrantes le echaron hacia atrás.
-¡Que tienes que conducir!- vociferó Aby enfadada- eres un irresponsable.
Nuestro amigo agachó la cabeza y seguimos nuestro camino.
Una vez dentro, la música no dejaba de sonar. Aquella discoteca era distinguida por su
música de negros “Si es que se puede distinguir la música por razas” pensaba yo. Por eso estaba repleta de gente de color, y los blanquitos como nosotros éramos mal vistos. A mí eso me incomodaba mucho, pero era el sitio preferido de Chris, y como era él quien conducía, a él le tocaba elegir.
-¿Dónde está el resto?- pregunté refiriéndome a los amigos que faltaban.
Sam se encogió de hombros.
-Se suponía que nos veíamos dentro de la disco- dijo después- Pero no he visto el coche de Digory afuera.
Y tras eso, se dirigió hacia unas chicas que había junto a la barra del bar a ver si alguna caía aquella noche.
Mientras, Aby, Lorie y yo, nos adentramos en la pista de baile, y un chico de color que no recuerdo como se llamaba se nos presentó y nos convenció para subirnos a la tarima. Estuvimos toda la noche bailando en ella. Ni Jhon, ni Susan, ni Paul, ni Digory aparecieron por allí. “Extraño” pensé “Muy extraño” pero quién sabía; quizás se les habría quitado las ganas de venir repentinamente, o se habrían perdido por el camino y dieron media vuelta hacia casa (todos sabíamos que Digory se acababa de sacar el carné de conducir y era muy malo con las indicaciones de la carretera).
-Chris, son las tres de la mañana- dije cansada- Mi madre se estará preguntando por mí.
-Sabes que hay dos horas y media de camino, Clare- su voz sonaba poco firme- no me apetece coger el coche.
-Te lo pido por favor; no me encuentro bien.
No noté la ebriedad en sus palabras, porque yo también había bebido bastante.
-Está bien- dijo resoplando- Ya no hace falta que me pongas esa carita, vamos.
Se lo agradecí con una sonrisa; mientras tanto, salimos haciendo eses por la puerta. Chris cantaba la canción de “New York, New York” chapurreada.
_Canta conmigo- decía mientras me cogía las manos para bailar.
Yo me solté bruscamente.
-No quiero cantar, quiero irme.
Entonces mi amigo comenzó a reír. Se metió en el coche, arrancó los motores, y una vez metida yo también, añadió:
_Que poco sentido le das a la vida, Clare.


Laura Martínez

miércoles, 28 de mayo de 2008

CAPÍTULO UNO (primera parte)

EL MISTERIO DEL BOSQUE

(Septiembre)


La noche se nos cayó encima; acompañada de una luna grande, redonda y brillante. Su brillo era la única luz que alumbraba el camino, rodeado de árboles a los laterales.
Andábamos cada vez más deprisa, casi a trote. El miedo nos causó pánico; ya ni si quiera nos dejaba pensar con coherencia y además nos convertían en unos seres escépticos que miraban a su alrededor cautelosamente, (pero sin dejar de caminar a paso ligero)
No llovía ni hacía humedad, pero sí soplaba un viento frío y seco que nos hacía pasar malos momentos, y nos asustaba de vez en cuando.
Su voz pegó un grito ahogado de repente; y, seguido, mi cabeza sufrió un golpe produciendo mi inconsciencia y derrumbamiento hacia el suelo. A partir de ahí no recuerdo nada más.
Ahora mismo me encuentro en aquel bosque. Frío, espeluznante, solitario. Me asusto al escuchar el ulular del búho, pero, de repente, ha salido volando como si temiese, incluso más que yo.
Ya no estoy asustada sino atemorizada, más bien.
Kevin me dijo que mientras el bosque guardara los sonidos del mundo animal, el silbido del frío viento, e incluso el crujir de la madera de sus árboles, entonces, yo seguiría a salvo.
Pero ya no escucho ningún ruido por los alrededores. He visto cómo las aves del lugar se marchaban repentinamente volando rápido, y cómo los insectos se han escondido en los huecos de los troncos de los árboles; el viento ha dejado de soplar. Un bosque desierto es lo que ha quedado, sólo mi fuerte y agitada respiración rompe el gran silencio de la noche.
Estoy atada por la cintura con una cadena de hierro a un árbol. Ni si quiera he intentado escapar, sé que sería imposible.
Me paso la mano por la cabeza porque noto el dolor que me ha causado ese gran golpe que me dieron. Al verme la mano tras pasármela por el cogote, veo la sangre.
Me estremezco. ¿Qué pasará ahora? ¿Qué es lo que sucederá? Sólo espero. Repaso la historia desde el principio para ver si así puedo atar algún que otro cabo; entonces podré recapacitar sobre mi desdichado destino: Todo comenzó la noche del viernes, en la que mis amigos me llamaron intentando convencerme para que saliera con ellos. Eran las once. No estaba segura de si mi madre me dejaría salir de casa a esa hora, ni siquiera sabía si yo misma tenía ganas. Estaba cansada de todo el día y me apetecía irme pronto a la cama.
A pesar de ello, sus palabras me persuadieron para salir.
_Vamos_ dijo la voz de Aby que se escondía tras el teléfono._ Será divertido.
“Será divertido” pensé mientras gruñía por dentro.
_Está bien_ acepté_ pero me traéis a casa cuando yo lo pida.
_Eso tendrás que hablarlo con Chris_ añadió Abigail_ Sabes que es él quien tiene el coche.
_Hasta las doce, pues_ y colgué.
Tras eso, me dirigí hacia la cajita de música que mi abuelo me regaló, donde yo guardaba el dinero suelto. Era negra y en su interior había unos cisnes que danzaban al son de la música en el lago, simulado con un cristal. Observé que me quedaba todavía treinta y cinco dólares. “Suficiente” pensé
Tenía una hora para arreglarme. Rechacé la idea de pasar por la ducha, ya lo había hecho esa mañana y, a pesar de los pelos de loca que llevaba, me negué a darme un baño.
Pensé en qué ponerme, y al final me decidí por los jeans de pitillo y mi blusa de manga corta blanca con mi chaleco negro sin abrochar. A las doce menos cinco ya habían venido a recogerme. Me puse mi rebeca marrón por si luego por la noche refrescaba, a pesar de que era verano todavía, me miré por última vez en el espejo, y me despedí de mi madre desde la puerta de la entrada.
_Me voy_ grité para que me oyera, ya que estaba en el salón viendo la tele.
No obtuve respuesta, como de costumbre, así es que decidí marcharme sin despedirme si quiera, a la vez que recogía mi pelo enmarañado ágilmente en una coleta.
Afuera me esperaban algunos de la pandilla: Abigail me sonrió, junto con Sam y Lorie.
Chris esperaba en el coche destartalado de segunda mano que su padre le regaló para su decimosexto cumpleaños, que desde entonces ya habían pasado otros tres. Iba con la música de la radio encendida, sonando un tema de Eminem, que no me gustaba para nada.
_Venga_ dijo desde la ventanilla_ quiero llegar ya.
Ni si quiera todavía sabía a dónde íbamos.


Laura Martínez.

lunes, 26 de mayo de 2008

Mi yo amargo.

Ahí están mis ganas de seguir.
Tiradas, quizás, entre las ateridas calles.
He probado a llorar, pues muchos me han dicho que a veces las tormentas limpian la mundicia. Pero no ha dado resultado, lo que ha quedado después de las implacables aguas emergidas de estos tristes ojos no ha sido más que cantidad de impúdicos recuerdos inmoralizados que se suman a la pila de basura.
Muchas veces sigo soñando con ellos, por eso, la noche se ha vuelto tenebrosa y le temo. Soy escéptica hasta conmigo misma.
Un ser irreconocible y nimio.
Llegué ha pensar que hasta incluso han practicado taxidermia conmigo. Esa soy yo, un ser disecado que aparenta ser vivo.
No hay nada más que pensar, mi ineptitud no me lo permite. Ignorante como el mismo ser que no se preocupa de atesorar la sabiduría, una ingenua de la vida que cree que este mundo se puede cambiar con tan sólo una sonrisa, y que tras haber recibido varias adustas caras se ha rendido.
Me contemplo en el espejo y no veo más que harapos colgando de este ingrato cuerpo de carnes flácidas. Me despojo de las prendas y me observo con detenimiento.
Comienzo por la cara. Mi mano acaricia mi rostro con algo de conmiseración. Ahí está mi cara redonda y morena, áspera como la lija. Sigo por el cuello, hasta llegar hasta los pechos, (prefiero no hablar de ellos). Mi mano avanza hacia el vientre, y, lentamente, llega hasta mi sexo. Suspiro.
Ahí está, no podemos decir que solitario, pero sí confiado y, por lo tanto, vulnerable.
He seguido por los muslos, luego por los gemelos, y definitivamente, he llegado hasta los pies.
Me siento en el suelo, exhausta, y me aferro a esta maldita prisión.
Mi yo en una pasada.
Mi yo inmolado.
Mi yo marchito y eludible.
Mi yo mórbido e irrefutable.
Mi yo astringente y amargo.
Mi yo inerte, frío y espetado.

Laura Martínez.

domingo, 25 de mayo de 2008

!Que le den a las patatas!


-Niño tira pá Linares- me dijo mamá.- y compra algo de patatas.
Tras darme algo de dinero, subí a la bicicleta dispuesto a pedalear hasta el pueblo. El sol irradiaba intenso en el cielo, y pegaba fuertemente justo en mis ojos. Poco a poco, un dolor de cabeza se agudizó en mi cuerpo, si no encontraba sombra rápido, podría darme algún jamacuco.
Por casualidad encontré a un anciano sentado en una roca del desierto camino, junto con su bastón y con un sombrerito de lo más peculiar. Me paré justo en frente de él, y le dije:
-Se lo compro.
Él asintió y se quitó el sombrero para vendérmelo. Momentáneamente, recordé que no tenía más dinero que ese, pero con indiferencia, agarré el sombrero, le entregué los euros, y pensé: “¡Que le den a las patatas!”
Laura Martínez.

martes, 20 de mayo de 2008

768 Suspiros, más los que quedan por contar...

EL apetito desvaneció en un momento. Yo contemplaba a mis padres, todavía con los ojos lacrimosos, y me fijaba en cómo agachaban la cabeza y suspiraban a la vez. Ya iban 768 suspiros, había contado todos desde que empezamos la discusión. Yo los contemplaba a ambos con decepción. ¿Ahora qué sería de mí? ¿Tendría que ser Carolconsuelos intentando que todo se arreglase? Yo suspiré y lo sumé a la cantidad que tenía acumulada… ya iban 769.
Todos habíamos llorado; ni si quiera mi padre esta vez se abstuvo de ello. Nunca me imaginé un panorama así:
Estábamos sentados en la mesa dispuestos a comer, cuando los dos estallaron y me contaron lo que sucedía. Una situación confusa y vergonzosa para mí. Supongo que esperaban una contestación u opinión, pero es que no sabía qué decir. Sé que mi madre estaría pensando que la odiaba, y sé que mi padre estaría pensando que odiaba a mi madre y que me compadecía de él. Pues bien, estaban equivocados, los compadecía a los dos; y por supuesto, no odiaba a mi madre, sólo me preguntaba porqué lo hizo. Estaba entre la espada y la pared, ¿se suponía que tenía que elegir, que tendría que verificar que uno de los dos llevaba razón? No estaba dispuesta a elegir entre ellos, y, aunque decepcionada por ambos, me dolía mucho esta situación, porque siempre había dicho que podía presumir del amor de mis padres: tierno, sincero e infinito. Por lo que vi, me equivoqué.

Yo veía a mi hija remover los espaguetis en el plato mientras las lágrimas se le caían por su carita redonda. ¿Qué podría estar pensando? Me preguntaba avergonzado porque había llorado delante de ella; pero es que ya no sabía a quién recurrir. Tenía que contárselo todo antes de que yo explotase por dentro.
Y suspiraba una vez más…
Todavía no sabe lo que en estos momentos aún puedo sentir. Hacía tiempo que no era feliz, que mi trabajo se había vuelto insoportable, y añoraba tiempos atrás…
Soy un blandengue, un hombre caído en las manos del amor, y que éste, traidor, me apuñaló por la espalda. Cuando me enteré de que mi mujer se entregaba en el lecho de otro hombre, me sentí insignificante. ¿De verdad había estado tan al descuido de ella que ya ni siquiera me amaba? Imaginarla haciendo el amor con otra persona que no fuese yo me mataba por dentro.
Yo ya me lo olía de hacía varios meses, pero jamás imaginé tal atrocidad por su parte… y es que nadie me comprende… ¿Acaso he amado mal? Yo creo que he sido el hombre que más la amado en toda su vida. Yo morí por ella, muero por ella y moriré por ella… jamás la dejaré de amar haga lo que me haga.
Y la vuelvo a imaginar engañándome; cómo, en un hotel de lujo, pasaba las noches con otro hombre quizá más guapo que yo. ¿Qué puede pensar todo esto mi hija, ahora que lo sabe?
Porque sé que en el fondo, pase lo que pase, jamás la podré perdonar… y pase lo que pase, jamás podré vivir sin ella…
Moriré lenta y dolorosamente.


Yo había sido la que más había llorado.
Me siento cutre, rastrera, una lagartija arrastrándose por medio del desierto y que se siente pisoteada por sus seres queridos. Puede que no se lo crean, pero los quiero, tanto a mi hija como a mi marido. Lo que pasa es que no han sabido apreciar la opresión dentro de mi cuerpo desde hacía varios años.
Suspiro.
Recuerdo que el amor entre nosotros se fue apagando poco a poco, porque parecía que él ya no tenía tiempo para mí.
Puede que haya dejado de amarlo, no estoy segura… Pero lo último que quería hacer era dañarle…
Soy una mala persona, una pecadora que ha cometido adulterio durante los últimos nueve meses…
Y el cómo disfruté junto al otro, desvaneció en cuanto mi ineptitud al mentir me delató, y es que él me hacía sentir libre, hacía que olvidara todos los problemas que habían en casa… Pero ahora, que ya no lo voy a volver a ver en mi vida, quiero que todo esto se solucione, que mi marido me de una oportunidad, y que mi hija no me odie. Porque seguro que lo hace.
Dios mío… dame fuerzas, no puedo soportar la presión de ser odiada por el propio fruto de mi vientre… ¡Lo siento, de verdad! No quise hacerlo…
En aquel momento embarazoso, sentados en la mesa, se creó una situación algo tensa porque le habíamos contado a nuestra hija Carol lo que nos pasaba. No quiero imaginar lo que ahora pensará de mí.
Y, sin saber qué hacer y decir, tras la discusión recogí los platos y los iba metiendo al lavavajillas, él se levantó llorando de la mesa y se fue a fumar un cigarrillo al balcón, y Carol se encerró en el baño, supongo que para asimilar todo lo que ahora sabía y poder llorar tranquila. Yo, quien fui la causante de todo aquello, me puse a limpiar la cocina. Supongo que fue uno de los pequeños castigos, entre otros muchos peores que todavía me quedan por realizar. Hasta le momento, he de lograr que ambos me perdonen.
Laura Martínez

domingo, 18 de mayo de 2008

LA MALVADA HIPOTENUSA


La malvada hipotenusa capturó a Pi. No era de extrañar que tras años interminables de búsqueda, Pi se volviera vulnerable; había perdido facultades.-Ya no vales 3.14, querida- le dijo Hipotenusa cuando la ató a una silla por la coma justo antes del catorce.- Ya no serás símbolo de la razón de la circunferencia a la del diámetro… ¡No serás nada!- comenzó a reír como una bruja posesa.Pi mantenía su mirada firme, aunque en realidad estaba asustada (o eso pensaba Hipotenusa), si le quitaban su valor matemático, moriría al instante, ya no sería Pi, sino quizás la raíz cuadrada de algún número insignificante.-¡Bastarda!- gritó el pobre Pi- Pensé que eras legal… Jamás me imaginé esto de ti…
-¿Acaso me considerabas una amiga?- reía maliciosa.- Tan exacto que eres, y ahí está tu ignorancia…
Pero lo que Hipotenusa no sabía, era que Pi nunca moriría. Su infinidad le protegía del abismo
Laura Martínez.

viernes, 16 de mayo de 2008

Desplomada


Cuando la princesa miró a través de la ventana y vio aquel desastre, cayó al suelo y su cuerpo se desplomó sobre las baldosas de su cuarto. Sus doncellas corrieron por la habitación despavoridas, sin rumbo fijo, e histéricas. Sin saber qué hacer, gritaban desesperadamente que la princesa había muerto.
Laura Martínez.

jueves, 15 de mayo de 2008

"One step too far"


“You can sleep for ever” Las palabras resonaban en mi habitación mientras yo estaba observando el exterior por la ventana. La música fluía desde aquel aparato cuadrado y frío, mi compañero diario, (aunque por suerte, no mi mejor amigo). “One step too far” ¿Cómo de lejos, hasta dónde tendría que alcanzar aquel escalón que me llevaría a un sitio totalmente diferente a este?
No quiero ser en ningún caso alarmista, pero mi vida, en unas milésimas de segundo, se abstuvo de ser ineludible y ganó en fatalismo. Por desgracia (o por suerte), aquellos segundos fueron los peores de mi vida, y aunque no aprendí mucho de ellos… me estremecieron de miedo. Miedo por si alguna vez en la vida los volviera a sentir, incluso deliberadamente. Aquello supondría mis principios hacia el masoquismo, y el final en la vida cotidiana de mis sonrisas.
Laura Martínez.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Distinta perspectiva

La majadería que sus ojos emanaban no era normal. Yo intentaba comprender porqué aquella chica de cabellos ondulados y del color del sol observaba con inmarcesible mirada hacia el ocaso.
-¿No te parece precioso?- preguntaba, y seguía contemplándolo como una niña feliz, sin importarle qué problemas pudieran haber en el mundo exterior de sus fantasías.

-Eres una ilusa.
-Una ilusa feliz.- y seguía contemplando anonadada el fenómeno solar.
-La vida no es tan sencilla como crees.
-Puede ser, pero creo que tú la complicas demasiado.
¿Veis porqué he dicho que está majareta? La muchacha no era normal, en lo que socialmente se refiere.
Su sonrisa inocente, contemplando con sencillez el curso de la vida era lo que más me gustaba de ella. La felicidad envolviendo su alma y sus recursos para no pensar que la vida era compleja, que de todo se podía sacar su lado positiva, y que la inmundicia se limpia, que lo famélico es algo inventado, que lo adusto y lo soez no existe, que tan sólo lo taciturno es un impulso hacia la felicidad… todo aquello era una serie de hábitos diarios en su vida.
Como os decía, el mundo de Yupi era su hogar, y el cosmos, como una fuente llena de monedas para pedir deseos que ella creía cumplidos, su sociedad.



Laura Martínez.

martes, 13 de mayo de 2008

¡No huyas, cobarde!

Abrumado por tanta responsabilidad, el animal había huido. Era una fiera incontrolable, de aquello estaba segura; una bestia con propósitos diferentes a los míos. Algo desenfrenado, e incluso impredecible. Yo quería sentar la cabeza, ya sabéis: unos lobeznos que amamantar, un marido que marcara territorio, mañanas junto a él y crear nuestro propio clan... lo básico. Pero me di cuenta que él no era el apropiado, pues siempre había sido un lobo solitario y no le gustaba en absoluto ir en manada como los demás; quizás eso era lo que más me gustaba de él: su rebeldía (junto con su peinado insólito). Ambos nos gustábamos, porque él, a pesar de parecer indiferente a la vida, tenía instinto animal, y a partir de una noche loca juntos, mi barriga comenzó a crecer y los pechos se me agrandaron. Cuando le di la noticia de que iba a ser padre, huyó despavorido. No sé qué piensa él, pero quiero encontrarle, por lo menos hasta que reconozca que son suyos. ¡Con lo difícil que es encontrar recursos ahora para criar ocho lobos solita!
Laura Martínez.

domingo, 11 de mayo de 2008

Macarrones pegados

-Se me agotaron las ideas Rubén.- dije exhausta.- Ya no sé sobre qué escribir.
Él quedó por un momento pensativo.
-Escribe sobre la sencillez de unos macarrones.
Sé que dijo aquello porque en aquel momento estaba en la cocina, cociendo unos.
Mmmmm… la sencillez de los macarrones. ¿Unos macarrones pegados?
Yo removía con desgana la bola de pasta que acababa de crear.
-Laura, ¿qué narices has hecho?- preguntaba mi hermano Rubén.- Se te han pegado.
- ¿Quieres cocinar tú?- le espeté mirando con algo de rabia.- Si no te gusta los dejas, pero no comes otra cosa.
-Jolines, pero no te enfades…- me dijo dándome un beso en la mejilla.- Pero es verdad… no sabes cocinar. Las veces que lo has intentado siempre te ha salido mal.
- ¿A, sí? ¿Cómo cuáles?
- Bueno, ¿No te acuerdas de las pechugas de pollo medio crudas, o de los filetes de ternera quemados? Por no decirte aquellos espaguetis duros junto con la salsa de tortelinis algo espesa. O el cous cous que ya directamente lo tuvimos que tirar…
- O aquel arroz pastoso.- saltó mi otro hermano, que acababa de entrar en la cocina para beber agua.- Y las patatas asadas con verduras y curry… ¡Dios, aquello sabía a rayos!
-Sí, o la cantidad de pizzas que se te han quemado en el horno, y tan sólo tienes que meterlas y esperar veinte minutos.
- O la tortilla de patatas que se te cayó al suelo al darle la vuelta…
- O las cookies de chocolate…
-El pescado hervido…
- Las salsas esas que te inventas para la pasta…
-O…
- ¡Vale, vale, vale!- les corté- No soy buena cocinando… pero papá y mamá se han ido de viaje y no voy a llamar ahora a la abuela, ¿tenéis alguna alternativa?
Ambos se miraron.
- ¿Comida china para llevar?
Laura Martínez.

viernes, 9 de mayo de 2008

oooOOoooOOoooOOooo


"Niño, tira pa Linares" parecía que la frase se repetía diariamente en un concurso de relatos en cadena. La verdad es que mucho podía hacer con esa frase, como contar un cuento, una fábula, una poesía e incluso inventar una novela con un comienzo como aquel. ¿A caso mi imaginación se estaba limitando? ¿O es que la madurez se estaba apoderando de mi mente llevándome hacia "el país de los pensamientos adultos" ?Pero no, creo que fue más bien una cuestión del señorito lápiz, que no le apetecía escribir. Y mira que insistí, pero es que a veces es tan testarudo…
Laura Martínez.

jueves, 8 de mayo de 2008

¿JUGAMOS?

Tan sólo le gustaba jugar, nada más.
Muy a menudo se dirigía hasta el parque de la plaza Crowds y, sentado en uno de los estropeados bancos, contemplaba su alrededor para observar si se hallaban miradas de madres acusadoras. Cuando se aseguraba de que ningún ojo escéptico cavilaba por su entorno, se volvía a profundizar en una búsqueda totalmente diferente: la próxima niña con la que jugar.
“¡Perfecto!”, pensó mientras se levantaba del banco y se disponía a acercarse hasta la niñita morena de coletas, que se columpiaba con algo de dificultad.
-¿Te ayudo?- le preguntó. Ella asintió con la cabeza, entonces él se posó detrás de ella y comenzó a propulsarle diminutos empujones con pos de que el columpio se balanceara con más fuerza.
Él esperaba alguna que otra risita inocente, pero la niña se mantuvo callada en todo momento.
-Estás muy seria-alegó, pero ella tan sólo se encogió de hombros.
Los lazos rojos caían desde sus coletas hasta sus hombros. Su faldita gris a cuadros le tapaba hasta sus diminutas rodillas, y su blusa blanca apenas le resguardaba de aquel frío otoñal. Parecía apagada y consumida; no era como las demás niñas que saltaban a la comba, que se deslizaban por el tobogán o que simplemente jugaban en la arena.
Él no sabía qué hacer. Le apetecía jugar, pero si ella no se mostraba interesada, tendría que buscar alternativas.
-¿Y tu mamá?- preguntó, y la niña se encogió de hombros.
Entonces él dejó de columpiarla y dio un pequeño rodeo, se puso en frente de ella, y se bajó de cuclillas para estar a su altura.
-¿Te apetece jugar a algo?
-Mamá dice que no debo hablar con extraños…
Él le sonrió a la vez que le acariciaba la mejilla.
-Soy Michael, ¿y tú?
La niña mantuvo algo de desconfianza, pero sin pensarlo, respondió.
-Cloe.
- ¿Lo ves? Ya nos conocemos.
Allá en el fondo, se escuchaba chirriar la ruleta que acababa de empezar a girar por el soplo del viento.
-¿A qué quieres jugar?- preguntó la niña.
- A papás y a mamás.
Cloe quedó dubitativa por unos segundos, y preguntó:
-¿Tendremos que hacer cosas de papás?
El rió ante su inocencia.
-Claro, ¿qué si no? Tú harás la compra, limpiarás la casa, cuidarás al bebé… y mientras, yo trabajaré en la oficina, llevaré mi maletín y cuando llegue a casa estaré esperando un beso tuyo. Además llegaré con hambre, y te pediré la cena.
-¡Me gusta cocinar! Siempre ayudo a mamá cuando lo necesita.
- ¡Bien! Pues tú me harás la cena, y cuando estemos llenos y sea la hora de ir a la cama, dormiremos juntos. ¿Vale?
Cloe se bajó del columpio de un salto con intenciones de ir a jugar.
-Jugaremos mejor en el bosque- le dijo Michael mientras le agarraba de la mano y la internaba en él, donde hacía algo de frío, y el húmedo sotobosque por las lluvias matinales mojó un poco los zapatitos de la niña.
-Yo como soy el papá, te iré a comprar braguitas nuevas….
-No necesito.
-Sí que necesitas. Te las compraré de ositos… ¿Qué te parece?
Cloe no respondió.
-Para eso- prosiguió él- debes quitarte las tuyas para que te puedas poner las nuevas, que las tengo aquí.- y extrajo de uno de los bolsillos de su chaqueta una diminuta prenda interior, propia de una niña de seis años.
-¿Me las tengo que quitar?
-Sí, si no, ¿cómo quieres probártelas?
Rápidamente, comenzó a desnudarla.
-No… no me gusta este juego.
Pero él no paró. La pequeña comenzó a llorar con algo de miedo. Tras unos segundos, quedó vulnerable, desnuda e indefensa ante él, sollozando, pidiendo clemencia con tan sólo su mirada; pero él, perverso y obsceno, fiel a su inexplicable hedonismo infantil, tan sólo pensaba en los pequeños senos de la niña todavía no desarrollados.
- Venga, si es divertido…
Su voz ya entonaba perversión y excitación. Seguidamente, se desabrochó el pantalón y se desnudó él también de cintura para abajo. Tras aquello, el abismo y el dolor se apoderó de la pequeña Cloe, la injuria del pedófilo sería ya el último paso hacia el fin de su corta vida.
Laura Martínez.

miércoles, 7 de mayo de 2008

EL DRAGÓN Y YO


Mejor el dragón que mamá, aquello no cabía duda. Estaba claro que el dragón era algo rarillo, y daba miedo, pero ¿ quién quiere tener un ornitorrinco como madre? Yo siempre soñé con ser una bestia feroz, con poder volar como hacía el señor Dragón, por eso era mi ídolo y lo seguía a todas partes.
- Que no me sigas, te he dicho.- al dragón parecía molestarle mi compañía, pero yo hacía como que no le escuchaba.
-¿Crees que podré echar fuego alguna vez como tú?- le pregunté
-Lo dudo.- contestaba él - Y acabarás chamuscado como sigas molestándome.
En el fondo no sería capaz de matar ni a una mosca, por eso decidí acompañarle en la comida.
-¿Tu madre no estará preocupada?- me preguntó mientras devoraba entre sus garras la asquerosa carne de un ciervo.
Yo contesté cabizbajo.
-Bueno, quizás. Pero he decidido que me has adoptado…
El dragón tras oír eso escupió rápidamente la comida que tenía en la boca.
-De eso n i hablar… tú te vas con tu madre. ¡Que yo no voy a ser tu niñero!
- Claro que no…- contesté yo- No serás niñera. De ahora en adelante te llamaré mamá, y juntos atraparemos hormigas. ¿Qué te parece?
Pero no le dio tiempo a contestar, se ve que se fue volando asustado a una de sus misiones supersecretas y me dejó hablando solo.
-¡Pero espera!- le vociferé molesto, y añadí para mí con los brazos cruzados y morritos puestos:
- Creo que mejor mamá que el dragón… ¡Por lo menos ella no me abandona!
Laura Martínez

martes, 6 de mayo de 2008

CUENTO DE NUNCA














Anoche bailó con el diablo bajo la luz de la luna, que se mostraba clara bajo la oscuridad. Él reía maliciosamente. En una roca, dejó reposar la cabeza de la muchacha, blanca como el astro. Su sangre contrastaba con la blancura de su vestido, y aquellos labios morados advertían de que ya estaba muerta.
Laura Martínez.
Hoy especialmente, darle las gracias a mi amigo Franciso por el premio que me ha otorgado, junto con otra chica, al mejor blog literario. Un saludo, y espero que encuentres aquí tu camino hacia el paraíso.

lunes, 5 de mayo de 2008

Trapecista suicida

-Se lanzará desde el trapecio, ese es el trato- dijo con voz desbastada.- Nada más comience la función, se precipitará hacia el suelo duro.
Yo tragué saliva, asustado. Estaban hablando de mí, de aquello estaba seguro. Sentado en una silla y atado por las muñecas con una cuerda para impedir que me escapase, escuchaba la conversación ajena que tenían mi secuestrador y el dueño de un circo.
-¿Pero eso no será demasiado fuerte para los espectadores?- reconocí la voz del secuestrador.
-¿Aquí quien sabe de espectáculo, tú o yo?- replicó enfadado el dueño del circo.- Mis espectadores son masocas, y les gusta vivir, sentir y ver emociones fuertes. Ahora enséñame a mi trapecista suicida.
Escuché desde la puerta pasos que venían hasta la habitación donde me encontraba, y entraron ambos. El dueño del circo era un famoso domador de fieras. Escaseaba de pelo y estaba algo rechoncho, pero lo que más le tildaba de mafioso, era aquel bigote francés que llevaba. Éste se acercó hasta mí, me examinó con poca delicadeza, tanto, que sus gruesas manos y sus gordos dedos, que parecían salchichas, dejaron marcas incrustadas en mi fina cara.
-Sí, me sirve, está sano. ¿Dónde lo encontraste?- preguntó a mi secuestrador.
Éste pensó antes de contestar.
-Lo llevaba vigilando desde hacía días. Y una vez que salía del gimnasio, mis hombres y yo lo acorralamos, golpeamos, y lo metimos en la furgoneta medio atontado por las agresiones.
-Perfecto-se contentó el dueño del circo-, además de ser un futuro suicida, es deportista.






Laura Martínez.

domingo, 4 de mayo de 2008

La malvada mente asesina.


-La malvada hipotenusa capturó a Pi.- dijo Marie mientras se llevaba un sorbo de té a la boca.
- ¡Eso es terrible!- se escandalizó Cati.
- Sí querida, sí… Jamás lo hubiera imaginado, pero ha sucedido.
Ambas estaban sentadas en el sofá del comedor, comentando la noticia del nuevo asesinato.
-Pobre Cateto, habrá quedado traumatizado tras ver cómo su madre mataba a su padre.
Pero Marie negó con la cabeza.
-Lo peor es que no sabemos qué nacerá de su vientre tras haber sido violada…
-Quizás una raíz cuadrada.- pensó Cati.
-O la calculada mente de otro asesino…
Laura Martínez.

viernes, 2 de mayo de 2008

OSADÍA DE DOS CUERPOS REBELDES

La liturgia de nuestros cuerpos amanece solemne e impúdica ante las miradas que nos causa tan fanático ritual que ambos practicamos.
Tú hereje y yo mártir. Las sábanas, nigromantes; nuestra respiración agitada, escéptica y el ocaso tras la ventana, alguacil del universo.
Juntos, somos dos ateos de la castidad y camaradas del jurista adepto al amor.
Nuestra taciturna relación no va más allá de la placidez de nuestras odiseas bajo un cúmulo de mantas que rutilan como un cuerpo celeste allí en la oscuridad que nuestro cuarto desprende.
Tu linaje desciende de intrépidos caballeros, y mi estirpe no es más que una saga de secuaces quienes se han sometido a las órdenes de tus ancestros, al igual que yo ahora me someto a la espera de mi diagnosis que tú debes juzgar.
Me he entregado a tu aliteración de suspiros, a tus notables sonrisas que me embriagan, a tus ininteligibles expresiones... Eres tú quien subyuga y soy yo quien se deja dominar: un sádico y una masoca.
Tan iguales y tan distintos… pero juntos hermanamos los cachos que quedan de nuestras almas en una secreta hazaña, en una acción devota al amor.
Tú mi escolta y yo tu guardaespaldas; ambos jerarcas del poco espacio que nos rodea.
Y allí en el cielo, una tormenta enfadada que acaba de asesinar al amanecer y nos mira de reojo por nuestra osada rebeldía y por nuestra imprudencia de querer escaparse tan sólo unos segundos del mundo que nos rodea.
Dentro de poco, despertaremos de esta quimera totalmente real y zarparemos hacia una nueva terapia médica que afirmará nuestro estado de enfermos en proceso de recuperación.
Entonces, tú en una camilla y yo ya muerta…
Laura Martínez.

jueves, 1 de mayo de 2008

Se perdió mi dignidad

Hace tiempo perdí la dignidad,
o eso es lo que creéis.
¿De verdad piensas que ya no sueño
con aquella risa inocente de niños felices,
que no anhelo en absoluto el romanticismo que un día hubo en mí,
que no hecho en falta todos los momentos del pasado,
en el que soñaba con volar junto a alguien?
Estáis equivocados,
no sabéis en absoluto lo que este alma en realidad quiere.
No quiere noches pasionales y promiscuas,
No.
No quiere en absoluto desahogar sus penas
en una media hora placentera y nefasta a la vez.
No quiere más miradas perversas y predecibles,
No quiere saciar su sed bebiendo el agua de otro,
Ni el roce de un cuerpo desconocido junto al de ella.

¿De verdad pensáis que yo,
Ser quizás con falta de cariño,
No ansío llorar de amor,
que pudiera tan sólo saborear su amargura otra vez,
que prefiere el frío tocamiento a una cálida mirada?

Extraño cómo bailaba feliz
ante las fauces de aquel sentimiento universal,
o cómo, tonta de felicidad,
suspiraba en cada esquina que me paraba,
en cada momento que pensaba en la otra persona.
Extraño incluso cómo pedía consuelo en brazos de las amistades
cuando llegaba el momento de partirme el corazón.
Extraño aquel nerviosismo
que me causaba un temblor en la pierna,
aquel olor a mojado que un día os conté,

Extraño al amor…
Su melodía alegre y su tristeza.
Su olor embriagador y su aroma nefasto;
Su sabor dulce y su sabor amargo,
Su cálido tacto y su frialdad con la que a veces ataca,
Pero sobre todo, añoro sus ojos…
Cómo, sin saber dónde podrían estar,
notabas que te observaba
y que te dejaba en evidencia delante de los demás,
Sí… añoro su mirada atacante.
Su mirada dulce y volátil…

Me extraño…
Laura Martínez