sábado, 6 de diciembre de 2008

Los mismos más Raúl, Germán y Manolete

(...)
-Tíos, ya era hora. ¿Qué habéis estado haciendo? Llegáis tarde.
Raúl era su amigo de toda la vida. Tenía dieciocho años largos, como él, y habían ido a la escuela juntos desde primaria, hasta que Alberto decidió finalizar sus estudios. Eran como uña y carne. Sabían gastar y soportar bromas y se reían la mayor parte del tiempo, pero sabían estar serios cuando el momento lo precisaba. Raúl era alto, de pelo castaño claro, con ojos verdes. Su cuerpo era fibroso, ya que le encantaba el atletismo, aunque no tenía un rostro del todo atractivo. Aún así seducía a las chicas de su edad por la forma de ser tan picarona que tenía.
-Seguro que se han retrasado porque han estado en la huerta- atestó Germán retorcidamente mientras le daba codazos a Alberto y miraba a Isabel, que esta sonrió avergonzada.
-No seas gilipollas.- resopló Alberto.- Me he quedado dormido, eso es todo.
Los dos amigos se rieron.
-Vale, vale, pero no te enfades- Raúl seguía con alguna que otra risotilla.- Eh, Isa ¿El perturbado este no te estará metiendo mano, verdad?
La expresión de Alberto agudizó su enfado.
-¿Y a que viene eso?- preguntó enfadado- Como digáis alguna estupidez más os la cargáis. Dejarla en paz.
-Sólo le intentaba proteger de tus garras.- dijo Raúl mientras se acercaba a ella y le acariciaba el pelo que llevaba estirado con una diadema.
-No, lo que tú quieres es que esté atrapada en las tuyas.- añadió Germán medio riendo.
Sin duda aquella no era el estilo de chica para Alberto. No era que les cayese mal, pero la muchacha se movía en otro tipo de ambientes que no era el de ellos y la diferencia era abismal. Isabel permanecía todo el rato al lado de Alberto y no decía palabra.
-Bueno, ¿Qué, nos ponemos en marcha?- preguntó Germán.
El resto asintió.
-Antes tenemos que pasar a comprar unos hielos.- explicó Raúl- A Manolete se le ha olvidado y antes, que he pasado por su casa a preguntar si le hacía falta algo, me ha mandado el recado.
Se pusieron en marcha para ir hasta la gasolinera que les pillaba de paso para comprar los hielos.
Alberto cogió del congelador cuatro bolsas.
-Coge más, tío.
-Pero Raúl, ¿Cuántos somos?
-Un puñado. Habrá gente que ni conozcamos.
- Entonces, ¿Cuántas?
Raúl se encogió de hombros.
-No sé… unas once, y cuando ya no quede, a beber caliente.
- Joder, pero es que ¿Cuánta bebida habéis comprado, cabrones?
El amigo rió.
-Ni te imaginas…
- No se os puede dejar solos. En cuanto me voy, armáis la de dios.
Cuando pagaron, cada uno cargó con varias bolsas de hielo y llegaron minutos después al garaje que Manuel tenía.
Hacían una fiesta para, supuestamente, celebrar la llegada de del verano. Aunque muchos de los que asistían no tenían vacaciones porque comenzaban a trabajar y ya no iban al instituto, se apuntaron sin pensárselo dos veces.
En la cochera todavía no había mucha gente. Aquel día estaba más ordenada que de costumbre, seguramente porque no quería que se rompiese ninguna herramienta que su padre usaba para la carpintería. Había tres destartalados sofás en el centro del garaje y en ellos se encontraban sentados dos tipos a los cuales no conocía. Les saludó con la cabeza y éstos levantaron el bote de cerveza que tenían en la mano a modo de saludo también. Sin duda iba a ser la mejor fiesta del año. Estaba preocupado por Isabel porque sentía que no la había llevado al sitio correcto, pero tampoco le suponía una preocupación descomunal, así que desvió esas ideas en cuanto vio a Manolo cargando con un tonel de cerveza. Tras ayudarle a dejarlo en el suelo, y saludarlo con unas palmaditas en la espalda le preguntaron qué debían preparar.
-Nada. El hielo dejarlo en el congelador ese de ahí de los helados. Son las siete y media. Hasta las nueve no vendrá casi nadie.- después miró a Alberto mientras sonreía casi maliciosamente y preguntó señalando a Isabel- Pero, Al, ¿Qué tenemos aquí?
Alberto la agarró como si se la fuesen a quitar.
-Es Isabel. Viene conmigo.
-De eso ya me he dado cuenta, casamenteras… Así que Isabel- dijo mientras se pasaba las manos por la barbilla- Un placer, encanto.
Ella sonrió de la misma forma que siempre.
-Pero, Alberto.- esta vez el amigo parecía más preocupado.- ¿Qué le dirás a Samanta?
De nuevo a Alerto le cambió el rostro, cogió fuertemente del brazo a Manolo y lo apartó a un lado de los demás. Mientras, Germán y Raúl intentaban mantener una conversación imposible con Isabel.
-¿Y a qué dedicas tu tiempo libre?- le preguntaban.
- A estudiar- decía ella mientras se alisaba la falda.
Alberto retorcía el brazo de Manuel
.-Ya te he dicho que no sabía que te ibas a traer a tu nueva novia.- se disculpaba el amigo.
- Pero, ¿cómo se te ocurre invitar a Samanta, qué pinta ella en esta juerga? Es mi ex, y ya está, no pinta nada en este entierro.
Alberto se veía muy cabreado y preocupado porque miraba por el rabillo del ojo a Isabel hablando con sus otros amigos.
-Tranquilízate, chico. Samanta ya lo ha superado. Además, está tremenda la tía…
-¿Y?
-Pues que había pensado que quizás…
Alberto negaba con la cabeza.
-A no, eso si que no.
-¿Y a ti que más te da? Ya no estáis juntos y tampoco te he dicho que quiera salir con ella… sólo un poquito de… ya sabes…
-No.- dijo rotundo el muchacho.- Cuando la vea cruzar tu garaje le hecho de aquí.
-Porque tú lo digas, majete. Este es MÍ garaje.- resaltó el ‘mí’ para que le quedara bien claro a Alberto
- Tío, pero ¿Cómo me haces esto? ¿Qué le cuento a Isabel cuando se de cuenta de que estuvimos juntos?
Manuel se encogió de hombros.
-Pues yo que sé… Le cuentas la verdad.
-No tío, no. Se tiene que ir (...)

Laura Martínez.

2 comentarios:

Belén dijo...

Fiestas para empezar el verano, que guay...

Besicos

Anónimo dijo...

¿Bocaditos de realidad?

Un saludo desde el Otro Lado.