miércoles, 25 de febrero de 2009

¿19?

No sabía muy bien qué fue lo que le propulsó a decir que sí. A pesar de que no se arrepentía, ahora se encontraba sentado en su silla de escritorio intentando averiguarlo. Quizás los recuerdos de un verano pasado, quizás las ganas de una noche movidita, o quizás la curiosidad de ver qué podía suceder a lo largo de la velada y si era verdad que todo iba a quedar resumido en una cena.
Lo cierto es que hacía tiempo que la había olvidado. Hablaba con ella de vez en cuando en el centro aquellas mañanas que se la encontraba por los fríos y azules pasillos, pero todo era muy superficial. Tan sólo un ‘hola’ y alguna que otra vez se paraban a preguntarse el uno al otro qué tal les iba; después esbozaban una sonrisa de estúpidos- que no de falsos- y cada uno volvía la espalda para seguir su camino.
Aquella semana habían hablado más que en todos los últimos meses. Fue fugaz: “El hindú sigue esperándonos” dijo ella. “¿Vamos esta noche?” Y dicho y hecho.

Cuando aparcó el auto en frente de su casa se sentía raro. Vestía una blusa verde oliva con unos bluyíns y una chaqueta de cuero negra. Sostenía en la mano un cigarrillo que se consumía en su boca esperando a que ella bajara. De repente, la divisó algunos metros más allá con un abrigo gris que le cubría hasta las rodillas. Fue rápida.
Él le había hecho esperar algo más de media hora, pero-y dio las gracias- la chica no se lo recriminó.
-Siento haber llegado tarde, es que me entretuve con los chicos.- se excusó.
-No te preocupes, he estado haciendo cosas.
Obviamente, ella mentía. Se le daba muy mal, porque siempre que pretendía, en muchas ocasiones, hacerse la dura o aparentar que no le había molestado, al final, notaba en sus ojos el brillo del rencor.
La noche era fría, como todas las de diciembre, pero sin embargo hacía mucha más niebla que en las anteriores y la humedad se colaba bajo las chaquetas hasta calarles las entrañas.
-¿Vamos ya? Es que tengo algo de frío- y se señaló las medias negras.

El olor a curry y a salsa de arándanos cubría toda la mesa. El camarero les sirvió el último plato, uno de arroz, y se adentró a la cocina a por un par más para otras mesas; luego se puso a secar unas copas con un trapo detrás del mostrador negro.
-Nos está mirando.- dijo ella riendo.
-Eso es porque nos recuerda de este verano…
-De eso hace meses ya, no creo que se acuerde de nosotros.
-¿Cómo que no? ¡Éramos clientes habituales!
Pero la muchacha estaba en lo cierto. El verano había terminado. No sabía si con un final trágico, alegre o normal, como muchos de ellos, pero llegó a su fin y desde entonces no habían vuelto a mantener una conversación decente.
Ella hablaba, y en un descuido, él miró por debajo de la mesa sus largas piernas cubiertas por unas medias negras y un vestido corto de un color rojo apagado.
-¿Qué te parece?
-¿Qué?- preguntó él
-¿Qué de qué?
-¿Eh? No, no he escuchado lo que has dicho.
- No importa.
Después de la cena, pidieron y pagaron la cuenta y se encaminaron con el coche hasta una de aquellas teterías que a ella tanto le gustaban. La niebla hizo que él tuviera que conducir más despacio, y de nuevo, se quedaron sin conversación.
-¿Qué?- le preguntaba él mientras obervaba sus retorcidos rizos caerle por el hombro.
-¿Qué de qué?-y reían.

La tetería no estaba llena del todo. 'Tranquilidad' pensó él y se sentó en uno de aquellos sofás hechos de goma espuma.
Tras varios sorbos de un té pakistaní, una conversación sin interrupciones con los 'qué's' y absorber el humo con sabor a menta, pasó lo previsible: la besó.
Al contemplar su cara sorprendida y algo confusa, añadió un ‘lo siento, no pretendía…’ Pero la muchacha negó con la cabeza y acercó su rostro hasta el suyo ‘No, no lo sientas’
Y en la tetería quedó la música, los murmullos de la gente y las luces atenuadas en suspensión, como el humo del tabaco de la colorida shisha.
-Hace poco fue mi cumpleaños, ¿sabes? ¡17!- señaló ella contenta.
-¿Ah sí? Felicidades... El mío es el 25 de febrero. ¡Que no se te olvide!
y hubieron más noches, y más teterías y variedades de lugar. De vez en cuando callaban sin saber sobre qué hablar, pero, para entonces, ya habían inventado su propio comodín.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Sigue mi mundo de yupi

Carlos me dijo: “tápate los ojos”. Cuando me dio permiso para quitar las manos sobre mi rostro, contemplé con anonadad el hermoso paisaje que cubría las vistas. Por un instante pensé que soñaba con otro mundo, pero rápidamente supe que no lo hacía. Aquello parecía un valle, el valle encantado, aunque para entonces no distinguía bien los términos. Se observaba una colina allá enfrente, y a sus pies, los diferentes pueblecitos pertenecientes a la Vega Baja.
Mi mirada se había sumergido en algo maravilloso, porque además en aquel balcón paisajístico, los bosques mediterráneos cubrían el monte, y el color verde oliva, como los ojos de mi amigo, resaltaba gracias a los intensos rayos de luz que, a unos escasos minutos, iban a desaparecer.
El Sol se divisaba en el horizonte y, con intensidad, brillaba en el cielo violáceo. Los sentidos me engañaban, parecía que el astro estuviera a menos de un metro de mi alcance y que con tan solo estirar los brazos podría alcanzarlo. De hecho, lo intenté repetidas veces, como una loca- pero sin embargo, aquello me enorgullece, porque qué triste es la cordura, señores.
Fueron unos instantes inolvidables. Todavía de pie, observaba aquello como si fuera un fenómeno efímero. “¿Te gusta?” Y sin saber qué más decir, señalé: “Me encanta”
Y la tarde cayó: llena, acompañada, perfecta.
Hoy por hoy estamos en el año…. ¿Cuál será? No me acuerdo. Cuando llego a este lugar, la noción del tiempo se va a dar una vuelta. ¿A qué mes estamos, qué día, y a qué hora? No lo sé. Sólo me sumo en mi propio silencio, sentada en el escabroso suelo de tierra, a la vez que alguien me abraza a mis espaldas. Noto el calor de su cuerpo, y, gracias a esa seguridad que me da su regazo, inspiro profundamente el aire nocturno y con la misma admiración, sigo contemplado los diminutos focos de luz de cada pueblo que se ve desde aquí arriba en una noche como esta. Parecen luciérnagas volando. La luna proyecta alguna que otra sombra, y mis dieciséis años, marchan llenos de vida. Muchas veces subo hasta aquí arriba para escribir, y otras tantas para, simplemente, cavilar. Las hay que, como esta, vengo acompañada.
“Carlos” digo cuando es tarde “Ya es hora” Nos levantamos, nos abrazamos, nos miramos y, ligados al paraje, nos profundizamos en un beso eterno…
De cuando todavía tenía dieciséis xD

¿Creéis que estoy en el mundo de Yupi?

martes, 17 de febrero de 2009

Veranos


Por más que quiera, no puedo evitarlo. Te he imaginado sentada tomando un café barato de máquina e intentando leer algún libro en alemán mientras tu chica está en el colegio haciendo gilipolleces con un chico que está buenísimo- y al que casi castro un verano, de aquellos que nunca se olvidan, hará un par de años.
Seguramente por las tardes vayáis a pasear por las frías y nevadas calles de Ulm, y os reiréis, y contaréis chistes y luego os besaréis y sonreiréis, porque os gustáis mucho.
Haréis guerra de bolas de nieves e iréis a tiraros con el trineo por el pequeño monte que tiene Elena un par de calles más atrás de su casa. Bueno, quizás esto último no, porque sabemos cómo acabaste la pasada vez, y no te gustaría volver a España con un pie escayolado.
Y entonces también acabo de recordar mis veranos, y el verano en el que te conocimos. Todo fue perfecto, ¿para qué engañarnos? Yo contenta, tu contenta, ella contenta y, bueno, algún que otro arrepentimiento, pero eso no entra en la historia, ni tampoco mi llegada a España con una tremenda desilusión, y un vuelco del corazón al ver que no era correspondida. Y no hablo de amor. No creo en él- o por lo menos intento no creer en él, no por el momento. Ssería nefasto vivir una situación donde sabes que el otro no llega a sentir lo que quizás tu sientas por él y que además, piense que eres una salidilla de cuidado con ganas de follar únicamente. Pero ¡ya me estoy yendo por las ramas otra vez!
Lo que te cuento, querida, es que me ha entrado morriña y nostalgia.
A pesar de todo, hoy no ha sido una mañana mala. Normal. Como siempre. Entonces me has dicho no-sé-qué de una biblioteca en forma de pirámide, y que en cuyos ventanales resbala la blanca nieve.
Hace tiempo que no paseo por las calles del casco antiguo de esa ciudad, ni que escribo inspirada en el frío de Alemania, ni de los italianos en las heladerías los veranos que voy allí. Hace tiempo que no veo al río Danubio deslizar sus aguas verdes, ni que me baño en él entre sus carpas negras y asquerosas, ni que huelo el olor de lavanda mientras camino desde la parada de autobús y subo unas escaleras de la ciudad- que nunca me han gustado por ser muchas y muy elevadas- hacia casa. Hace tiempo que no practico el idioma, ni digo ‘Ich Komme von Mars. Wohea koms du?’
Y ¿sabes qué? Os extraño a ambas, amiga.
Es que, por más que quiera, no puedo evitarlo. Te he imaginado sentada tomando un café barato de máquina e intentando leer algún libro en alemán mientras tu chica está en el colegio haciendo gilipolleces con un chico que está buenísimo, y entonces te he echado de menos.
Perdóname por no haberlo hecho antes :-)

lunes, 16 de febrero de 2009

Revólver

En la casa el silencio gobernaba con autarquía y la oscuridad se eludía con tan sólo la luz de las imágenes que el televisor- en modo silencio- emanaba. El pasillo se contemplaba más largo y tenebroso que lo habitual y las sombras de las calles a través de la ventana se proyectaban en las paredes, ocres por el paso del tiempo, creando historias con reversos oscuros.

El revólver se movía entre las medianas manos de Michael. Jugaba a pasarla de una a otra y acariciaba el gatillo como si fuera un animal de compañía.
En la cocina se escuchaba el constante goteo del grifo entreabierto y el ‘tic-tac’ del reloj gris colgado en la pared. Sus finas agujas marcaban las nueve. Tarde o temprano llegarían, pensaba, y entonces volvía a esbozar una de aquellas sonrisas peligrosas, de las que a uno debería hacer estremecer.

No tenía más que apenas unos escasos quince años y en su alma ya gobernaba el odio y la rabia. Él no temía a nada, no pensaba en las consecuencias ni en el desastre que desataría, ni en la culpabilidad que- supuestamente- más adelante se achacaría a su persona. Tan sólo esperaba al momento adecuado y resultó ser aquella noche.

Se encontraba sentado en el sillón rojo del comedor, enfrente de la puerta que daba entrada a la casa. Tenía mucha sed y sentía cómo su garganta seca le pedía a voces agua fresca, pero en la cocina nadie interrumpió el coro del grifo ni del reloj. Debía esperar a que todo pasara, ahora no era el momento de levantarse. Y tan pronto se dijo esto último, cuando escuchó las llaves desde fuera intentando abrir la puerta. ‘Clic’ el seguro del arma se desbloqueó y apuntó hacia el frente. Cuando, en la habitación, la puerta se abrió, Michael hizo volar unas siete balas, desbordando la muerte en cada una de ellas, y ésta, cruel y absurda, se llevó la vida inocente de su madre.

Los ecos de una voz muerta y volátil por las esquinas de la casa, el cuerpo desplomado en sus suelos y sangre esparcida por las frías baldosas enmudecieron el sonido de las gotas de agua y del reloj.
Pero nada había acabado todavía. Tras esperar unos minutos más la llegada de su padre y habiéndole dado tiempo a volver a cargar la pistola, de nuevo unos cuantos disparos se presentaron en el silencio de la casa.



















Y desde entonces pólvora. Y muerte. Sesos, sangre y dolor. Y odio, más ni siquiera una pizca de remordimiento.

Michael contempló por última vez los cuerpos de sus padres y sin duda alguna, se encaminó hasta el patio de atrás llevando consigo una bolsita pequeña con unas cuantas joyas de su madre. Cogió su bicicleta y, en la calurosa noche de verano se dispuso a pedalear por la carretera para llegar hasta el pueblo de sus abuelos y dormir en su casa.

Antes de entrar en ella, paró con la bicicleta y anduvo cinco minutos por la oscura huerta de cítricos, esparciendo en ella las joyas y tirando el revólver por los suelos.

¿Qué haces aquí a estas horas, Michael? Su abuelo se desconcertó un poco ante la llegada de su nieto. Mamá y papá no llegan a casa y tengo miedo estar allí sólo.

La noche cayó por completo y después se esfumó otra vez. El amanecer se contemplaba tras la ventana de la habitación de invitados y Michael se levantó para desayunar con tranquilidad.

-Vamos a ir a tu casa a ver qué sucedió ayer noche, ¿De acuerdo Michael? Quédate aquí, y cuida de Babas.- su abuelo señaló al perro mestizo que un día encontraron abandonado por las calles. Su pelaje era rubio, como la cerveza, y sus ojos parecían más tristes de lo habitual.

-Descuida, jugaré un rato con ella.- contestó el nieto mientras le acariciaba por detrás de las orejas.

Aire, fuego tierra y agua fue lo único que quedó. Quizás un par de lágrimas amargas y algún que otro recuerdo estampado en la pared. Y sesos, y pólvora, y gente vestida de negro preguntándose qué ser con tal grado de crueldad pudo haber asesinado vilmente a aquella pareja. Nadie lo sabía, a excepción de Michel, que, esbozando de nuevo una de aquellas sonrisas peligrosas, no derramó ni sola una lágrima.
Y desde entonces, perduró el eterno sonido del goteo en la cocina. Lo demás, se redujo al exilio de la vida.

Té y buñuelos

-Joder, ¡Hasta cuatro!- su exclamación me dejó desconcertada, aunque era cierto que sentía cómo indagaban dentro de mí-. ¿Te duele?
Yo negué con la cabeza. ‘Sigue’
La tarde había caído y la semioscuridad había envuelto las calles del pueblo con su manto azul marino y con alguna que otra estrella centellante. Para entonces ya nos habíamos vestido y nos habíamos dispuesto a tomar un par de aquellos buñuelos que estaban exquisitos.
Él me miraba, yo le miraba. Ambos sentados, engullendo como bestias nuestra comida, nos devorábamos también con la mirada. Su cansancio se observaba a distancia, entonces estiré mi brazo hasta alcanzar su melena lisa y rubia y poderla acariciar a contrapelo. '¿Qué pasa?’ Yo también estaba algo cansada y adormilada. Mientras, el agua hervía en la olla y entonces él se levantó para servirme un poco de té de frutas. Olía bien.
-No sé si te gustará. Parece que es muy fuerte.
Yo me encogí de hombros. En aquellos momentos me apetecía tomar cualquier cosa.
-¿Está rico?- yo asentí con la cabeza a la vez que dejé el vaso encima de la mesa.
Era más que fuerte, porque lo cierto es que el intenso aroma de frutas se había impregnado hasta en las esquinas más recónditas de la casa.
Sobraron un par de buñuelos en el plato, y él, cogiendo el último que se metía en la boca, se acercó para sentarse a mi lado y tenerme más cerca. Sentí su abrazo más cariñoso que habitualmente. Me gustó, así que le correspondí con un beso.
Apenas hablábamos, sobraban las palabras- y abundaba el cansancio. Nos dedicábamos a intercambiar sonrisas de toda índole. La primera afectuosa; más tarde, algo feliz y tonta, después la maliciosa, y tras un par más, de nuevo la perversa.
Acabamos como siempre, pero esta vez con algo más de ligereza, ya que la ropa no voló por los aires. Aquello no significaba que la pasión se había esfumado, no. Reflejos rápidos, fuertes- más que incluso el aroma delicioso del té.- y algún que otro suspiro ahogado que hacía eco en la penumbra de la habitación.
Y sin saber cómo, acabamos en la otra punta de la casa. Exhaustos y más cansados que antes, por supuesto. Me confesó que me temía, a mí y a mis acciones, y a lo que pudiera hacer mientras él no estviera a mi lado. Le expliqué que podía confiar en mí, pero creo que no resultó. Me senté en su regazo entonces y fijé mis ojos en los suyos algo decaídos.
Recogimos el té y los buñuelos y nos encaminamos a ir cada uno a nuestras casas, no sin antes escuchar algún tema de los LedZepp en el coche y ver de nuevo la inmensidad de la noche en el umbral del horizonte.

Nunca había visto la Vega Baja tan bonita. Quizás no lo sea, pero por el momento a mí me lo parece. Será el té y su aroma, que me ha subido a la cabeza- o él y sus manos, que me traen algo loca.

jueves, 12 de febrero de 2009

Y nada más


No se trata de belleza. Tus ojos fijos al volante emanan serenidad y las letras de las canciones que escuchas son totalmente nefastas para el momento, excepto algunas, que, mientras conduces en las oscuras carreteras y veo en el horizonte una plaga de luces en la transparente noche que parecen luciérnagas inmóviles hacen que sonría.
No sé en absoluto nada de nada. Estoy en suspensión, en estado de énfasis, de querer que jamás llegue el momento de decir “hasta mañana”
Me corrompes con tus besos y me transformas con tus caricias.
Eso es belleza: metáforas silenciosas que todo lo dicen. Fotos imaginadas de un momento en concreto en una postura determinada, sin fingir, y mi voz mandándote cosas y tú refutándome con argumentos que me hacen callar. Y de nuevo el silencio.
Y mientras conversamos sentados, acabo tumbada en tu regazo que me resguarda. Tus brazos me dan cobijo y tu sonrisa, aprobando las numerosas tonterías que digo, me deja en evidencia.
Cavilo sobre lo que has dicho, y no llegas a la verdad ni por casualidad. Y entonces me pregunto si eres consciente de ello.
Muchas veces matamos el tiempo diciendo estupideces, otras tantas sólo llegamos a decir ‘¿qué?’ aunque quizás nos respondemos con un ‘¿Que de qué?’ y reímos como imbéciles que deliran. Y observamos desde la terraza de arriba- una de la que ya escribí con anterioridad- cómo cae el anaranjado ocaso de la tarde, y me subes a tus hombros a la vez que intentas tirarme al vacío del edificio.
Y esta vez ya no sólo ‘verde que te quiero verde’ en azul también me gustarías, o, ¿quién sabe? Hasta en amarillo. Y ‘El viento de la noche gira en el cielo y canta’ y de lo único que se te ocurre hablarme es de satélites colisionados.
Porque una vez hablé de mi negrito y segundos después ya te estaba recordando. Me gustas porque me gustas, y nada más :-)

miércoles, 11 de febrero de 2009

Can't we be friends?



Las extravagantes lámparas caían como arañas del techo acristalado, las mesas del comedor estaban todas preparadas con cubertería de plata, y al lado de cada una, nos esperaba nuestro respectivo camarero. En total había más de ochenta, vestidos todos de blanco y negro con una pajarita.

Los músicos tocaban en directo canciones de salón y el guapo y joven atractivo muchahco negro me dedicó una de sus sonrisas más pícaras. Ya había hablado con él antes. Sus pelos a lo afro y su pendiente en la oreja me encantaban, pero lo que casi hizo que me enamorase de él fueron sus manos en el piano y aquella sonrisa tentadora. y la azafata nos había encaminado hasta la cubierta para saludar al capitán aquella noche de gala. Tras un apretón de manos entre hombres y un afectuoso beso en la mano para las mujeres, mi familia y yo sonreíamos falsamente como idiotas postrados ante ese fondo color azul cielo que era terriblemente horroroso. El barco apenas se tambaleaba en la mar. “Decir: ¡Crucero 2008!” El flash de la gigantesca cámara me cegó por un momento, segundos después, el turno de la siguiente familia nos echó rápido del lugar.

Observé contenta a la gente, que vestía trajes galantes- algunos bien horteros- y recogían sus sedosos pelos con horquillas que llevaban piedrecitas brillantes incrustadas. Otros vestían con trajes de lino y suéteres del mismo color que el fondo para hacerse la foto. “¿Dónde vais?” preguntó mamá. Los pequeños fueron a jugar con un niño que acababan de conocer, y entonces yo aproveché para acercarme a la barra del bar y pedirme uno de aquellos San Franciscos que tan ricos estaban. El camarero me miraba de reojo mientras lo preparaba, y cuando me lo sirvió, me entregó junto a él una nota anónima. “You are the most beutifull woman in this ship” Sonreí, y tras volverme y mirar quién podría haber sido, decidí volver con mis padres.

Aparentemente todo iba genial. Papá y mamá reían en la mesa de aquel gran comedor mientras yo contaba chistes malos, y la familia de enfrente nos hablaba con el glamour que nosotros nunca tuvimos pero que aquella noche pudimos aparentar perfectamente. La música nos seguía acompañando, y los camareros servían vinos caros, y platos cocinados por uno de los mejores chefs de no recuerdo qué sitio.

Todo sucedió después de tomar aquel riquísimo soufflé de limón. Las luces se apagaron repentinamente y los motores del barco dejaron de funcionar. Las voces de sorpresa de las gentes sonaron al mismo tiempo que los músicos dejaron de tocar. No se veía nada, estábamos dentro del barco, sin ningún ojo de buey que nos alertara qué pasaba en el mar; estábamos alejados de la cubierta. Las quinientas personas del comedor empezaron a levantarse nerviosas y a intentar subir aquellas escaleras aterciopeladas -de azul también- que dirigían a las habitaciones y al casino. Los niños pequeños comenzaron a gritar los nombres de sus madres, y la mía, histérica, gritaba el nombre de sus hijos. Todo parecía un caos. Yo me preguntaba porqué tanto descontrol, e intentando mantener la calma, me resistía a que la gente me contagiara su insensatez.

Había pasado unos minutos desde que las luces se habían ido, y en aquellos instantes lo único que se me ocurría era fugarme con mi hombre negro de la sonrisa pícara hasta su camarote y perderme en su cuerpo durante unas cuantas horas. Lo intenté divisar en la oscuridad postrado en el rinconcito de la orquesta, y cuando lo diferencié por aquella enorme melena, fue cuando la luz volvió.

La gente dejó de gritar entonces y comenzó a aplaudir como tonta. El capitán se levantó de su mesa y con una copa en la mano levantada, propuso un brindis por aquel maravilloso viaje en las aguas del Mediterráneo.

Después, yo me puse de morritos porque mi negrito había dejado de tocar, y seguí tomándome aquel soufflé tan bueno. Aun así, no me di por vencida: todavía teníamos que asistir al baile. Seguramente tocarían algo de jazz, y luego, cuando una de las canciones terminase, iría a preguntarle a mi negrito si querría ser mi amigo, y más tarde, sin duda, lo invitaría a mover un poco el esqueleto, y, esto último, que él lo interpretase como quisiera.

lunes, 9 de febrero de 2009

Frente a frente


He sentido ahora mismo, antes de ponerme a escribir, un escalofrío. Lo noté subiendo por la espalda mientras me erizaba la pelusa de los brazos y la nuca.
A veces me gusta sentir la sensación de un frío imaginado y tiritar sin límites como si estuviera congelada. Eso sucede cuando me pongo nerviosa, y acaba de pasarme.
Muchas veces lo noto en los exámenes, cuando temo a que algo malo suceda, cuando en varias ocasiones me llamaba- antaño- y escuchaba su voz en una noche de primavera y llovía y yo salía al balcón con tan sólo una camiseta de manga corta para poder tener más cobertura y escucharlo mejor, y cuando se fue y recordaba el olor a mojado en pleno verano, cuando escribo sobre cosas triviales pero que, al fin y al cabo, me pertenecen y son mi esencia en carne viva, cuando escucho una canción que puede hacerme sonreír y llenarme de buenas energías, o una película que desata en mí las ganas de llorar y otras tantas cuando me siento al lado de aquel quien creo que me gusta. Mucho.
Y entonces el escalofrío no para de subir y bajar, como la demanda y la oferta que ahora mismo estoy viendo en economía.
Y me encanta cuando voy a la cama pronto, todavía con el escalofrío en el cuerpo y me acomodo la almohada y me arropo hasta el cuello y apago la luz y me acurruco imaginando que tengo alguien al lado y suspiro y cierro los ojos sonriendo, con esa canción alegre en la cabeza. Y entonces sueño con algo que no voy a recordar la mañana que nos sigue y me despertaré de madrugada- como todos los días- y contemplaré que sigo acurrucada junto a esa silueta imaginada- muy real para mí- y le sonreiré, y antes de levantarme seguiré abrazada a sus espaldas y cinco minutos más tarde, escucharé los pasos de mi madre que, aunque normalmente sean suaves y ligeros, se escuchan estruendosos por el pasillo y llegará hasta mi cuarto avisándome de que es hora, que llegaré tarde al instituto, y me levantaré, y me vestiré, y más tarde, en la cantina, me quedaré dormida otra vez, soñando con lo que no recordaba y me daré cuenta de que era con aquella misma silueta, y la reconoceré, y la veré cerca de mí, y sentiré su beso suave sobre mis labios… Lo bueno de ello es que cuando abra los ojos y contemple que esto último no ha sido un sueño, el escalofrío vuelve a recorrerme por la espalda, y yo vuelvo a sonreír; frente a frente.

viernes, 6 de febrero de 2009

Rabia y Sangre

No pudo sino más que desatar su ira que se contemplaba en su faz seria y cabreada, y entonces, llegó la destrucción. Malévolo, frívolo y sin escrúpulos alguno.
Dejó caer el cuerpo y, desde abajo, se escuchó cómo se había desplomado en el crujiente suelo de madera. Yo tenía miedo; no de él, sino de ella, de que se hubiera ido para siempre.
Mientras se peleaban, yo les tapaba los oídos a mis hermanos pequeños y ellos cerraban los ojos y hacían presión con los labios, siendo conscientes de la enésima pelea de papá y mamá que desembocaba en paliza.
Creo que esta vez comenzó por una blusa azul mal planchada. Él tenía que marcharse al trabajo cuando, en un arrebato, mientras se ponía la camisa, la llamó a voces: “Julia… ¡Julia!” “¿Qué pasa, porqué gritas?” La voz de mamá siempre fue melosa. “¿Qué coño es esto, eh?” dijo él seguramente señalando una diminuta arruga de la blusa y luego le atestó un bofetón. “Pero… qué… es esto…” Mamá intentaba pedir perdón, pero su voz se apagaba con los puñetazos que le atizaba papá.
Y así comenzó todo, pero tras un fuerte golpe con algo parecido a una vasija o un jarrón, los gritos exasperados de mamá y los constantes insultos de la bestia, ya habían cesado, y fue tras el estrepitoso ruido de los cristales rotos cuando se hizo el silencio. Por último, escuché el golpe seco del cuerpo de mamá. Cuando eso sucedió, apreté las dos diminutas cabezas de mis hermanos sobre mi pecho a la vez que los abrazaba fuertemente, creo que apenas podían respirar. Pero lo más importante era mantener los ojos bien secos a pesar de todo.
Papá bajó rápido por las escaleras. Su cara transmitía su odio mezclado con una dosis de arrepentimiento. Nunca lo había visto de tal manera. Observé su camisa y sus manos bañadas en un color rojo oscuro. Ya olía a sangre a distancia. A su sangre. A mamá.
“La has matado…” susurré con un hilillo de voz. “¡La has matado!” Otro día quizás hubiera tenido miedo, pero ya nada me asustaba. “¡Cabrón de mierda, la has matada hijo de puta!” Sin saber porqué, no se acercó a mí en ningún momento. Se contempló las manos mientras yo despotricaba frases emergentes del odio, la rabia y la impotencia, y se las llevó a la cabeza impregnando su- asqueroso- pelo moreno con aquella sangre espesa. No se merecía nada que tuviera que ver con mamá, ni siquiera pringarse con su sangre.
Mis hermanos se desprendieron de mí y se acurrucaron en el sofá. Ya se tapaban ellos solos los oídos. Estaban asustados. Aterrados. Amedrentados. Yo seguía gritando como una loca, incluso sentía cómo la voz se me desgarraba en la garganta: “¡La has matado, la has matado, cabrón!¡Has tenido el valor de matarla, maldito hijo de puta! ” Me acerqué a él sin temor y comencé a atizarle con mis endebles manos unos puñetazos de los que apenas sentía nada. Cansado, él me agarró del brazo con una fuerza bestial “Para… ¡Que pares joder!” me dijo, y de nuevo noté en su voz aquella dosis de arrepentimiento. Estaba asustado de lo que acababa de hacer, pero yo, sin darme pena alguna, le seguía propinando aquellos golpes que parecían caricias y me soltó hacia un lado cayendo yo de culo.
Él salió un momento al jardín a fumarse uno de aquellos cigarrillos que estropeaban los pulmones y que hacía que todas las mañanas tosiera como un viejo. ¡Te murieras asfixiado en un ataque de tos, maldito cabronazo! Grité mientras le observaba por el ventanal que daba al patio de fuera. Subí corriendo a ver a mamá. El palpitante corazón me golpeaba dentro de mi cuerpo y lo sentía como un fuerte martillo. Me dolía. Parecía que de un momento a otro me iba a explotar el pecho o iba a salirme por la boca. Ciertamente, cuando vi el charco de sangre que brotaba de la cabeza de mamá, me entraron ganas de vomitar. Me llevé las manos a la boca y mi estómago se contrajo. Mientras, la sangre de mamá se escurría entre las oscuras tablillas de madera.
Pisé con los zapatos el jarrón hecho añicos en el suelo. Luego observé que no me había equivocado, la bestia le atizó un golpe con él y entonces, ella murió en el acto. También le sangraban las narices y llevaba marcadas las mejillas.
Me postré ante ella de rodillas, y sin importarme rociarme de su muerte, me abalancé sobre su cuerpo estrechando fuertemente su vientre, aquel lugar donde me había ofrecido cobijo durante mis primeros meses de vida, contra mi sien. Rompí a llorar con un sollozo ahogado. Notaba el nudo de rabia en la garganta, y ésta amenazaba brillante como un cuchillo afilado expuesto a la luz. Tenía ganas de romper y reventar cosas, de gritar, patalear, destrozar el mundo con todas las personas en él, prender fuego a la casa y luego salir corriendo mientras observaba a mi padre arder dentro.
Ya todo me daba igual. Me daba igual su esencia de padre, me daba igual ponerme a su altura… Me daba igual convertirme durante unos minutos en una asesina.

jueves, 5 de febrero de 2009

100 VECES

"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...

no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...
"no volveré a dejar a Fran tirado en Facebook, lo prometo"...

lunes, 2 de febrero de 2009

768 Suspiros [fragmento capítulo 21]










12 - Hometown Glory - Adele

(…)

Después de dejar a Carolina en el aeropuerto, nos encaminábamos con el coche a recoger a Éric y al pequeño Santi de casa de mi madre. Durante el trayecto en el vehículo no nos dirigimos ni una sola palabra. Yo tenía la vista fijada en la ventanilla y observaba con desgana cómo los escasos árboles de la zona se movían hacia la derecha rápidamente. Él parecía mantener los cinco sentidos en la carretera, aunque bien sabía que estaba pensando en el desastroso verano que seguía su curso.
Me odiaba. En aquellas últimas semanas a penas me habló, ni me miró, ni me rozó ni siquiera sin querer. Parecía que tenía sus movimientos calculados para no tener que acercarse a mí. Me evitaba a toda costa, y por las noches dormía en el sofá sin que los niños se percatasen de ello.
Lo más triste de todo era que yo me odiaba a mí misma también y no podía evitar la tentación de marcharme de casa y abandonarlo todo para dejarle vivir en paz. Yo tuve la culpa.
Me atormentaba cada vez que recordaba aquella silueta de mujer besando a otro hombre, me consumía el alma el hecho de recordar la sombra de sus desnudas curvas las noches en el hotel de destino junto a él. Y lo peor era que aquella de la imagen era yo: acariciando a otro, susurrándole cosas que sólo le susurraba a aquel con quien acepté permanecer mi vida entera, desnuda ante un hombre que no me correspondía, que, al igual que yo, tenía otra familia; tumbándome encima de su cuerpo y gimiendo orgasmos que creía que significaban amor. Y lo peor de todo era que creía de verdad que amaba a aquel desconocido.
¿Dónde había quedado mi persona, mi consideración? No soportaba la idea de verme una y otra vez junto a sus brazos, que Alberto me imaginara en el lecho de Jordi y que mi hija Carolina supiera de mi adulterio. Pensaba en la cantidad de veces que Alberto me decía que si no me sentía atraída por otros hombres no era humana y que confiaba en mí porque nuestro amor iba mucho más allá que el deseo carnal. Éramos mejores amigos. Éramos uña y carne. Pasión, sinceridad y libertad... Éramos.
Ahora todo se resumía en dos extraños que no sabían qué pensar acerca de nada, conduciendo un automóvil dirección a casa. Unos auténticos fraudes. Dos personas deprimentes.
Alberto dejó el coche mal aparcado con el intermitente puesto para ir corriendo a recoger a los niños. Ni siquiera me molesté en bajar del coche y saludar a mis padres. No me apetecía. Seguramente me preguntarían miles de veces si quería algo para beber y picar, y yo, negándome, no tendría escapatoria de una tortilla francesa con jamón, por eso decidí quedarme dentro del automóvil. Alberto salió rápido de la casa intentando escuchar lo que el pequeño Santi le contaba, pero su cara demacrada evidenciaba su estado en suspensión. Vivía consumido en la angustia que yo le había creado (...)