lunes, 2 de febrero de 2009

768 Suspiros [fragmento capítulo 21]










12 - Hometown Glory - Adele

(…)

Después de dejar a Carolina en el aeropuerto, nos encaminábamos con el coche a recoger a Éric y al pequeño Santi de casa de mi madre. Durante el trayecto en el vehículo no nos dirigimos ni una sola palabra. Yo tenía la vista fijada en la ventanilla y observaba con desgana cómo los escasos árboles de la zona se movían hacia la derecha rápidamente. Él parecía mantener los cinco sentidos en la carretera, aunque bien sabía que estaba pensando en el desastroso verano que seguía su curso.
Me odiaba. En aquellas últimas semanas a penas me habló, ni me miró, ni me rozó ni siquiera sin querer. Parecía que tenía sus movimientos calculados para no tener que acercarse a mí. Me evitaba a toda costa, y por las noches dormía en el sofá sin que los niños se percatasen de ello.
Lo más triste de todo era que yo me odiaba a mí misma también y no podía evitar la tentación de marcharme de casa y abandonarlo todo para dejarle vivir en paz. Yo tuve la culpa.
Me atormentaba cada vez que recordaba aquella silueta de mujer besando a otro hombre, me consumía el alma el hecho de recordar la sombra de sus desnudas curvas las noches en el hotel de destino junto a él. Y lo peor era que aquella de la imagen era yo: acariciando a otro, susurrándole cosas que sólo le susurraba a aquel con quien acepté permanecer mi vida entera, desnuda ante un hombre que no me correspondía, que, al igual que yo, tenía otra familia; tumbándome encima de su cuerpo y gimiendo orgasmos que creía que significaban amor. Y lo peor de todo era que creía de verdad que amaba a aquel desconocido.
¿Dónde había quedado mi persona, mi consideración? No soportaba la idea de verme una y otra vez junto a sus brazos, que Alberto me imaginara en el lecho de Jordi y que mi hija Carolina supiera de mi adulterio. Pensaba en la cantidad de veces que Alberto me decía que si no me sentía atraída por otros hombres no era humana y que confiaba en mí porque nuestro amor iba mucho más allá que el deseo carnal. Éramos mejores amigos. Éramos uña y carne. Pasión, sinceridad y libertad... Éramos.
Ahora todo se resumía en dos extraños que no sabían qué pensar acerca de nada, conduciendo un automóvil dirección a casa. Unos auténticos fraudes. Dos personas deprimentes.
Alberto dejó el coche mal aparcado con el intermitente puesto para ir corriendo a recoger a los niños. Ni siquiera me molesté en bajar del coche y saludar a mis padres. No me apetecía. Seguramente me preguntarían miles de veces si quería algo para beber y picar, y yo, negándome, no tendría escapatoria de una tortilla francesa con jamón, por eso decidí quedarme dentro del automóvil. Alberto salió rápido de la casa intentando escuchar lo que el pequeño Santi le contaba, pero su cara demacrada evidenciaba su estado en suspensión. Vivía consumido en la angustia que yo le había creado (...)

3 comentarios:

Yoyo dijo...

Un texto que ha día de hoy hace mucho que pensar.... se entiende la agonía...
Sigue escrbiendo que lo haces de maravilla.
Un beso.

Francisco José Peña Rodríguez dijo...

Muy bueno. ¿Eric lleva acento? Es una pregunta, no es que yo lo sepa!!!

Laura dijo...

ni idea, a mi me suena mejor con acento xd