lunes, 30 de marzo de 2009

Le Moulin




Se contempló en el espejo del armario empotrado nada más llegar a su casa. Su melena estaba alborotada y sus rizos encrespados, porque aquel día, a pesar de la lluvia que caía sobre las tejas haciendo un estruendoso ruido como si las densas lágrimas que el cielo lloraba fueran piedras grises que atentaban contra ellos dos, había pasado una tarde más mojada y húmeda que las calles de fuera.

El abrigo gris le caía holgado hasta las rodillas y aquellas medias negras y zapatos de tacón que no acostumbraba a llevar, le hacían unas piernas más largas y esbeltas que de costumbre.
Sus ojos se notaban cansados y dolientes, enrojecidos, y no paraban de picarle. Mientras se desvestía para ponerse el pijama, se rascaba hasta pensar que quizás iba a desencajar el ojo de su cuenca.
Bostezó y miró el reloj. Las doce y veinte.
La lluvia seguía cayendo y golpeando fuertemente desde fuera el cristal de la ventana. El murmullo de los ríos que deslizaban sus aguas calle abajo, componían sinfonías licenciosas, limpiando a su vez el suelo mugriento de la ciudad.
Pero había tanto que limpiar, pensaba la muchacha, que esta lluvia de finales de mes no solucionaría nada. De momento.
Exhausta, se tumbó en el lecho boca arriba. Notaba el suave y frío edredón bajo su espalda y la pelusilla de su cuerpo se erizó, paulatinamente y de pies a cabeza, a causa de un leve escalofrío, de aquellos que ya acostumbraba tener.
Con las piernas a un lado, los brazos al otro y sus ojos mirando el infinito blanco del techo, recordaba minutos atrás de aquella tarde.
¿Quién no recuerda, pensaba ella, las últimas palabras que le han dedicado y la repite una y otra vez para sí misma queriendo formar un eco interminable en la mente para que perdure el sonido de su voz? ¿Quién no piensa en su mano acariciándole la entrepierna mientras conduce en una lluviosa y empapada noche que hace que el círculo de luz de ese hilillo de faroles se esparza para hacerse más grande y menos nítido?
¿Quién no recuerda la despedida con el ósculo habitual porque sabe que mañana se van a volver a ver? ¿Quién no recuerda cuando alguien le dice que está enamorado de ella y después suelta una risotilla característica- quizás algo tímida- y, ante tu ‘¿por qué me has dicho eso?’, le señala que no era más que una broma?
No le gustaba su chanza, concluyó tras haberse embarcado en aquella odisea de reminiscencias. Antes prefería el tenue silencio que descabalar el instante en el que, una vez más, estaba acariciando su brillante y fuerte pelambrera, sintiendo también bajo su pecho y una costosa respiración, el cuerpo del chico recostado sobre ella y su abrigo gris.
Nunca le había pedido un ‘te quiero’, ni un ‘te amo’ o un ‘Ich liebe Dich’, ni siquiera había imaginado su boca gesticulando aquellas palabras fatídicas que en muchas ocasiones conducían a la ruina. No existe el amor. Esa era su filosofía, pero, tan ridícula como otras tantas teorías que profundizaba, aquello era un disparate.
¿Y si me olvido de todo?, se preguntaba, ¿y si no hubiera comenzado nada? Con un soplo, se apartó el mechón de pelo moreno que tenía en la cara.
Cuestionaba lo que sentía y lo contraponía con la arbitrariedad y las ansias de un algo, pero jamás llegaba a encontrar qué era ese algo, por lo que rechazó con seguridad otra de sus absurdas hipótesis.
De repente, sus ojos se fijaron en el piano abierto y en las partituras desordenadas que se encontraban esparcidas por encima de él.
‘Le Moulin’, ponía en el título de una. Un hermoso tema que, a pesar de su sencilla composición, no se cansaba de tocar una y otra vez hasta cansar sus ineptos y torpes dedos.
Quizás era aquello lo que le faltaba: el molino y sus aspas, moviendo los engranajes de las descabelladas ideas que se le pasaban por la cabeza; que las hiciera reales, que fuera como el motor del sinsentido para comenzar a moldear la paradójica cordura; su órgano vital, una máquina de respuestas…
Y es que, su encrespada cabellera había soñado alguna vez con una mano acariciando aquellos indefinidos rizos. Pero de nuevo, el blanco del techo, y seguidamente, el negro azaroso tras cerrar sus ojos menguantes, y de fondo, el ritmo de una canción que no había solucionado nada.

lunes, 23 de marzo de 2009

Arrítmico



Nunca nada ha superado la profundidad del mar.

ni la infinitud del universo,

ni la vileza de estos versos

ni la impiedad del frío yeso,

que irradia en las paredes nuestro astro al brillar.


Nunca nada ha superado la serenidad del silencio.

Ni el chispeante fuego ardiente

Ni tu compostura paciente

Ni la noche más relente,

Que humedeció con sus labios aquel perpetuo beso.


La infinidad se escapa,

como el humo entre mis manos:

efímero, fugaz y decrépito

La infinidad se escapa

entre la vida lacerante y perecedora;

convive entre la finitud del tiempo

y los viejos recuerdos,

que se balancean levemente en aquella mecedora.


Nunca nada ha superado la profundidad del mar.

Ni la plateada luz de luna,

Ni el amargo llanto que proviene de la cuna,

Ni el alma que arroja al camino su pesar.


Allá en el universo, hay pozos sin fondos,

y en la tristeza, mates amargos,

y dolores de hierbabuena

heridos a fuego lento.


No me contento con mi poca aspiración.

El fondo del mar y los misterios que desata

siguen siendo el mismo cuento:

la historia que deslumbra sirenas y tritones

y malvadas brujas que no tienen corazón.


Foto: tomada en Cangas do Morrazo. Playa de Rodeira.

lunes, 16 de marzo de 2009

El folio que tenía delante se encontraba todavía en blanco. Tan blanco, que cuando la luz del Sol se filtraba por la persiana entreabierta, el papel resplandecía en la habitación como una perla. Tiró la pluma a un lado y, creando un río negro, la tinta se esparció por todo el escritorio.
Tenía una frase en la cabeza, pero de ella no sacaba ninguna historia.
“Te mostraré todas las cosas que he visto; ven y cierra los ojos, entonces todo te será más fácil de imaginar.”
Si ese mismo principio lo aplicaba a él mismo, quizás sí que le resultaría todo más ameno. Pero, a pesar de que la gente le aplaudía con cada relato que escribía, el sabía que no tenía dotes suficientes. Era bueno, sólo eso, nada más, y no le apetecía escribir una novela mediocre como últimamente acostumbraba a hacer. Quería sorprender y sentirse orgulloso de él mismo. Volver a su resplandor.
Exhausto y cansado de intentarlo varias veces reiteradamente, echó su cuerpo hacia el respaldo de la silla, tomó el folio y olfateó el olor a celulosa que el papel exhalaba. Le encantaba tenerlo durante un par de minutos pegado a su nariz y poder, a su vez, palpar la capa de polietileno que había quedado pegado en él. Pensaba que de aquella manera, repentinamente, le vendría algo que valiese realmente la pena escribir.
Rindiéndose, se incorporó y anduvo hasta la nevera.
Su aspecto adolecía de descompostura y desatavío. No se había duchado en días, y el mentón le había crecido considerablemente desde la última vez que decidió pasarse la afeitadora. No obstante, antes de sucumbir en su propia miseria, había sido un hombre selecto y lleno de atavíos que le llevaron a la más alta cumbre de la sociedad.
Pero todo eso había acabado y ya nada le resultaba merecedor.
Cuando cerró la plateada puerta del frigorífico, con el bote de cerveza abierto, se deslizó por la penumbra del pasillo hasta el comedor. A pesar de que las ventanas estaban abiertas, en toda la casa se había acumulado el conglomerado de olores a suciedad, sudor y cigarrillos. Pero había cerrado las persianas del piso, dejando entrever tan sólo algunos escasos rayos solares e impidiendo ventilar las habitaciones.
Encendió el televisor. No le prestó demasiada atención, su mente volátil suspendió por un momento los sentidos hacia el entorno y quedó pensativo mientras sentía el calor pegajoso de verano impregnarse en su tibia carnecilla. Recordó de repente el frescor estival de Ulm, una pequeña ciudad al sur de Alemania, para compensar el ardor del verano en Barcelona.
Hacía años que no se paseaba por allí y visitaba el pedregoso casco antiguo de la ciudad, ni que subía a la catedral más alta del mundo, o que no divisaba el Sol naciente por las madrugadas, tumbado en el verde y húmedo césped que había al lado de las tranquilas aguas del Danubio. Ni siquiera recordaba cómo hablar alemán fluidamente. Ahora lo chapurrearía, o ni eso.
Y de repente… Pauline.
Aquel nombre retumbó en su cabeza sonando como un fuerte eco que hasta incluso le hacía daño.

domingo, 15 de marzo de 2009

Escalera al cielo




Me pides que me siente en tu regazo y, dubitativa, al final obedezco. No hay nada mejor que sentir tus manos en mi espalda y cómo, estrechándome a ti, me apagas el aliento en un abrazo. “There is a lady who’s sure… ” La ventana entornada, las luces apagadas y tan sólo el calor de la bujía y de la luz de la luna que se cuela en tu habitación muestran tu faz sombreada. Me encanta observarte cuando tus ojos están fijados en los míos. “and she’s Buying a stairway to heaven” Nos miramos, frente a frente. Somos uno. Esbozo mi mejor sonrisa, y sientes cómo mi pecho se hincha y se encoge en un suspiro. Luego, ambos cerramos los ojos. “UUU and makes me wonder”
Quizás la música nos ayude, pero es nuestro momento y nada lo puede estropear.
Creo que nunca te he confesado que en ocasiones pienso en ti, y que, con tantos momentos, cada cosa que aparezca, reanima al recuerdo. “Theres a feeling I get...”
Y aparece tu sonrisa, cándida, que me contagia las ganas de besarte. Tú y tu boca: una diminuta dosis de volatilidad entre la azarosa noche, aquella que nos ofrece ríos de luces a lo lejos, creados por la luz de las farolas.
Si te digo que me gusta cada vez más este sitio, creerías que estoy mintiendo, pero he visto tantas veces la tarde sumida bajo el fondo crepuscular, y el cielo cubierto bajo un manto violáceo y el Sol llorando porque nos decía adiós, que ya no podría llamar a todo esto vulgaridad. Ahora tengo más sentido de la belleza. “And my spirit is crying for leaving” Ya sabes que las cosas más sencillas no se ven a simple vista y el adiós- aunque nunca había pensado que tanto- duele.
Me encanta hundir mi mano sobre tus hilos de oro y acariciarte el mentón a contrapelo, y que me revuelvas los rizos para, con pasión, desatar el desenfreno de nuestros cuerpos desnudándose. Al son de la música. Y las prendas cayendo por doquier. “Your stairway lies on the whispering wind”. Que me beses hasta morderme, que grabes mi silueta en la pared cuando, gracias a tu fuerza, mi espalda nota el frío y rudo tacto del gotelé. Me encanta que con tus manos estreches mis diminutos senos, que agarres mi tibia carnecilla, que atrapes mi cabeza contra la tuya para que, con tu órgano mojado, deglutes el sabor de mis besos. “And as we wind on down the road...” Y que todo lo que había comenzado con un simple regocijo bajo tus brazos, acabe en un acto de vehemencia.
Pum-pum, sientes cómo en mi pecho palpita el corazón batido. “Como un reloj” dices “Como una cuenta atrás ” “...Our shadows taller than our soul.” Porque ambos sabemos lo que nos depara el futuro.
Dejas de observarme, y acurrucas tu mirada en las frías valdosas del suelo.
Te abrazo, muy fuerte, como para indicarte que no quiero que te vayas. “No hace falta, no me voy a alejar de ti”
Quizás, en un muy hipotético caso, el abrazo que me acabas de regalar bajo esta noche bohemia se me olvide, pero, entonces, mi coleción de momentos se reduciría a una necia lista de recuerdos que no tienen sentido. Ninguno. Pero tú y yo tampoco lo tenemos. ¿O sí?
“And she is buying a stairway to heaven...”

lunes, 9 de marzo de 2009

Mute

Lo intento, pero no puedo. Mentir escribiendo sería ya la cumbre de la idiotz más penosa que podría hacer en esta vida. Pretender engañarme a mí misma es algo completamente absurdo. Lo de mentiros a vosotros me da exactamente igual, si soy sincera.
Y sí, lo intento de todas las maneras, pero nada me viene a la cabeza. Con música, con imágenes, con recuerdos… Detesto escribir cuando estoy feliz porque resulta todo tan evidente, tan predecible. Me convierto en la tonta de los parajes infinitos de arboledas, montañas y crepúsculos, de las noches estrelladas- nunca he entendido porque esta imágen jamás ha perdido el sentido de la belleza con lo explotado y utilizado que está- de las nubes cambiantes de color, de los tés y de las caricias que, en algún momento, hasta a mí me han parecido aburridas y carentes de emoción cuando he leido historias ajenas a las mías y novelas con finales felices.
No puedo evitar una sonrisa a todas horas, tararear, cantar y dar vueltas sobre mi eje con los brazos extendidos- por Dios, esto último no, es demasiado cursi-. Y no me canso.
Quiero llevar las riendas, quiero el control- junto con un cuerpo perfecto y mitificado, una inteligencia insuperable y a ser posible, un karma limpio y blanco- ... Quiero el poder de manejar a cualquiera como si fueran marionetas, y por supuesto, no dejar de ser esta buena persona que creo que soy.
Detesto estar feliz porque mi mente se bloquea, no cavila, se vuelve tonta y anda corriendo por todos los lados sin abrir los ojos dándose golpes con los obstáculos que encuentra a su paso. Cien pajaritos voloteando sobre mi cama, y flotando en el ambiente una cantidad de frases que tengo para decir pero que nunca digo. Por orgullosa… Por miedica.
Y quiero que te des cuenta cuando no estoy cerca de ti. Y, joder, esto último no lo quería decir. Cuanta menos importancia le quiero dar, más creerás que estoy loca (por ti) y entonces seré más vulnerable y menos inmune. Y más tonta, pero eso ya es algo que perdurará por siempre jamás.
Y nunca digas nunca. ¿Qué más dará? Mi ‘nunca’ es relativo; y mi siempre algo que nunca perdura. Ya está, ya lo he vuelto a decir…

domingo, 8 de marzo de 2009

Para que sepas en lo que estaba pensando...

"Puedo escribir los versos más tristes esta noche.


Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."


El viento de la noche gira en el cielo y canta.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.


En las noches como esta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.


Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.


Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.


Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo.


Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.


Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.


La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.


Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.


De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.


Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.


Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.


Aunque este sea el ultimo dolor que ella me causa,
y estos sean los ultimos versos que yo le escribo."


Pablo Neruda


martes, 3 de marzo de 2009

Dance me to the end of love


Suena el ambiente cargado de música. Somos unos melómanos quiméricos en busca de la perdida libertad. Sé que existe, pero nadie nos la muestra... son todos unos incompetentes. No temas, creo que tienes agallas suficientes para cogerme de la cintura delante de toda esta gente. ¿No?... Tienes razón, no me puedo arriesgar a que hablen mal de mí y de mi familia.
La balada que suena en la verbena nocturna del pueblo no es de mis preferidas, pero aún así apoyo mi cabeza sobre tu duro hombro y balanceamos suavemente nuestros cuerpos de un lado a otro, como si fuéramos juncos en la orilla del río.
Nuestros pies se pisan porque no tenemos sentido del ritmo; en realidad no deberíamos tener sentido de nada, no se nos permite.
Se atenúan las luces, se cierran nuestros ojos y queda todo soalzado en el aire, siendo nuestro país, un país católico, y estando Dios presente en todas partes para asegurarse de que tus manos no vacilan en rozarme.
Y la fiesta continúa. La gente nos observa agarrados. Sepárate un poco de mí, que te noto muy cerca… Sí, claro que me gusta sentirte. Y olerte, y tocarte, y abrazarte… pero eso, aquí y ahora, no corresponde.
Estamos a 1949 y mi madre me ha dado varias pesetas para divertirme esta noche de fiesta. Cuando se entere de que estoy contigo quizás me arranque la piel a correazos. Mi padre no opina sobre esto, murió mutilado en la guerra, pero sé que si estuviera ahora mismo aquí, sonreiría viéndome feliz. Madre es distinta. Es más fría, más seria y dura.
Mi hermano pequeño nos vigila sentado sobre el bordillo de la fuente y me estoy poniendo algo nerviosa. Me separo de ti y me sacudo el vestido celeste que yo misma diseñé y cosí hace un par de semanas. ¿Te gusta?... Gracias…
¿Sabes? Me encanta contemplar tu rostro de muchacho benévolo. Sé que jamás me harías daño. Yo tampoco te lo haría si pudiera, pero ambos sabemos que esto va a acabar mal, porque no tienes tierras y vives de rentas y este estúpido sistema hace que mi madre sea un tanto retrógrada y se crea superior a ti.
No creas que nosotros somos ricos, desde que mi padre nos dejó vivimos peor y tenemos que cultivar nosotros mismos la huerta. Pero a mi madre le gusta aparentar que es rica, poniéndose las joyas que mi padre, antes de la guerra, le había regalado. También le encanta pavonearse con su abrigo de piel y enseñar, cuando alguien viene a la cueva, la cubertería de plata que heredamos de nuestra estirpe descendiente de Don Pedro Cañas Real, caballero cubierto ante el Rey.
Todo muy superficial, pero eso tú ya lo sabes.
En fin, tú cógeme de la cintura otra vez y lucha por mí, romanticón, que soy una de las más bellas del pueblo… o eso es lo que se dice. Aunque espero que no haya sido eso lo único que te ha embelesado de mí.
Ahora han cambiado de canción: un paso doble. Muy español he de decir. No me gusta. Ni la canción, ni España, pero esto último no se lo digas a nadie, porque estamos a 1949, y los tiempos que corren son escabrosos.
Yo sólo quiero estar contigo, y mi madre y padrastro no me lo permiten… Creo que ya tienen un pretendiente para mí, primo de mi primo, joven, alto, apuesto- aunque algo orejudo- y tiene caballo propio. Es todo un partido… ¿Eh? No, no, tranquilo. Estoy bien, es que hace algo de viento y me lloran los ojos.
Suspiro.
Agárrame fuerte ahora que puedes, por favor, y no me sueltes hasta nuevo aviso. Aprovecha para llevarte e impregnar mi aroma en tu blusa gris y así recordarme, olerme y abrazarme todos los días que te propongas, porque no quiero que te olvides de mí, ni que pienses que a Don Orejudo podré amarle tanto como a ti; porque quiero que recuerdes este abrazo como el más sincero y cariñoso de tu vida y que sirva para decirnos un adiós largo, porque, esta, será la última noche que bailes conmigo.

lunes, 2 de marzo de 2009

Crónicas de una postal

Hace tiempo que he dejado mi mente en suspensión dejándome llevar por el presente, por lo que hoy por hoy vale la pena. Pero la pesadumbre del pasado ha acabado atormentándome una vez más, y eso hace que me sienta estúpida. Más de lo que soy, quiero decir.
¿Cómo ir al cielo y volver? Me pregunté en una ocasión. ¿A los cielos con ocasos? ¿A aquel en el que una tarde me pareció ver el universo entero? ¿Al cielo azul, lívido o naranja? ¿A aquel de las palabras convexas y huecas, donde el silencio de tu mirada no duele? ¿En aquel donde levitaría junto a la Luna dando órbitas ambulantes y permanecería infinitamente con una postal en la mano que, desde su principio, estaba hecha para volver a hacerme recordar?
No soy una adicta- y esto quizás sea mentira- de la soledad, amargura ni de las tragicomedias de mi vida.
Me siento viva, aunque no lo creas- y lo cierto es que doy las gracias porque jamás me he sentido inerte- y pienso reivindicar la sencillez de la vida- que no lo simple- y volveré a decir que no soy adicta a absolutamente nada, siendo esto último mentira, y esta vez sin el ‘quizás’.
-Adiós, Laurita.
-Pues Good-Bye, my Darling.- te contesté (en inglés porque acababa de llegar de Londres) con aires de prepotencia, como si me las diera de sobrada, como si no me hubieras herido, como si tuviera a otro esperándome y tu ya no me importaras.
Y, desde entonces, no volví a saber nada de ti ni de la postal.
Quizás me lo merecía, por haber pensado que jamás se te ocurriría decirme que ‘no’ y renunciar a mí.
Pero súbitamente, sentí que mi cabeza acababa de sufrir un martilleo fuerte y perturbador cuando contemplé tu tablón de corchos. Apenas estaba repleto de papeles o notas. A la derecha, simplemente el horario de tus clases y una fotografía de tus amigos, nada más. Pero, apartado de todo lo demás, algo rojo resaltaba. Era una postal, mi postal. La misma que había escrito en sucio una y otra vez para que el destinatario no pensara que estaba enamorada- y cómo detesto esta palabra en todos sus sentidos- de él; la misma que elegí con delicadeza en Londres para que pensara que tenía buen gusto. La misma de la que luego me arrepentí de comprar porque no me gustaba el dibujo que había editado en ella. La que, estando yo indecisa, mi amiga tuvo que cogerme de las manos para deslizarla por aquel buzón amarillo; aquella que seguramente él tomó en sus manos y leyó sin ni siquiera echarme una pizca de menos. Y estaba allí colgada, separada de la foto y del itinerario. Discriminada en la izquierda y envuelta en pasajes que llevaban al pasado.
Era de una puesta de sol al lado del Big-Ben. El rojo dominaba. Rojo infierno, pensé cuando, sin permiso alguno, estiré el brazo hasta alcanzarla y poder recordar las gilipolleces que podía llegar a escribir cuando pretendo ser alguien que no soy, cuando no improviso, cuando intento no ser transparente y vulnerable; algo así como opaca e inaccesible.
No, no fueron mis palabras lo primero que recordé, sino cómo había hecho el completo idiota durante aquellos dos calurosos meses.
En realidad, es lo único que se me da bien hacer, aunque no siempre me arrepiento. :-)