domingo, 31 de mayo de 2009

¿...?

Todo había transcurrido como en un sueño. Abrí los ojos y ya nada del pasado había existido: ni sus labios gesticulando palabras, ni el perfume que desprendía su cabello, ni la suavidad de sus manos… ni siquiera sus ojos garzos y vehementes. Y sin embargo, tumbado todavía con la ropa puesta, la noche había finalizado y yo apenas sí había dormido.


Sentí cómo yo mismo intentaba uncir mis recuerdos por miedo a que éstos no fueran reales, y cómo, a la vez, intentaba olvidar completamente que una vez existió aquel beso, aquel exuberante, eterno y perfecto beso. No lo conseguí del todo, pero sí en parte, porque en ese preciso momento, en el que decidí cerrar y abrir los ojos, como un largo pestañeo, fue cuando comencé a dudar de su veracidad. A partir de entonces, todo se me antojó quimérico


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Tenía mis razones, por supuesto, para querer olvidar algo tan confortante y vigoroso como era aquel beso, y es que me veía expuesto ante muchos peligros. Había leído demasiadas cosas acerca del amor. Comenzando desde Cleopatra y Marco Antonio, escondiéndome en caballos de madera para espiar a Helena y a Paris, cruzando continentes como una vez hizo John Smith para encontrar a Pocahontas, observando la osadía de cruzar fronteras sociales como hicieron Romeo y Julieta, hasta finalizar en libros tan malos como historias sobre vampiros que aman a sus presas. Nada era tan fatídico como el amor, y éste, siempre tenía comienzo en los besos.


Ya lo demostró una vez Julia Roberts en Pretty Woman: después de los besos, se suceden las locuras, sin embargo, las caricias y el sexo son totalmente inofensivos.

Pero no hubo sexo; ni siquiera caricias.


Después de que me embriagara con su drástica soltura al hablar y utilizara su sonrisa como arma ofensiva, se acercó hasta mí y en susurros me dijo: “¿Puedo intentar una cosa?” y yo, hipnotizado por la fragancia de su pelambrera lisa y larga, asentí con la cabeza. Entonces todo se desató en El Beso (...)

viernes, 29 de mayo de 2009

Entre sábanas (1)

Poco a poco, y como si los primeros rayos de Sol por la mañana infiltrados entre las rendijas de la persiana entreabierta no hicieran más que golpearle su diminuta y, sin embargo, melenuda cabeza, la joven Alexandra se despierta de sus sueños. Pesadillas, en realidad. No recuerda qué pudo haber soñado, pero la sensación de malestar es notable y ciertamente tediosa.

Es época de calor, pero, a pesar de ello, nota cómo su tersa piel desnuda comienza a erizarse ante la brisa matutina que ha entrado por la ventana. Abre un poco los ojos. Sin duda alguna, la claridad, intrusa en la habitación, le ataca directa e insidiosamente en el rostro y sin poder hacer otra cosa, los vuelve a cerrar, y encoge los músculos de la cara como si algo le fuera a propinar una buena tunda.


No lo aguanta más. Al fresco se le suma el incipiente dolor de cabeza, o quizás, piensa ella mientras se pasa la ruda mano por la frente, ha estado ahí toda la noche y no me he dado cuenta hasta estos momentos. Pero ¿qué más da?, a parte de que ha perdido la noción del tiempo y de que la memoria le ha borrado un par de recuerdos recientes, no siente nada más;- el dolor de cabeza no le supone ningún problema porque ha acabado acostumbrándose a las resacas tras treinta y cuatro noches fatídicas, contadas todas y cada una de ellas por la propia Alex-.

Vuelve a sentir cómo el frío le atiza en el cuerpo y es cuando descubre que la sábana, de un color ígneo con estampas de grandes margaritas amarillas, apenas le tapa. Estira la mano hacia aquella zona de la cama vacía, aquella donde jamás se atrevía a dormir o a recostar su cabeza sobre la almohada para poder arroparse, pero, para su sorpresa, lo que encuentra detrás no es la oquedad que acostumbra a despertar con un beso de buenos días, ni el hueco de la silueta marcada a ese lado del colchón, ni el vacuo espacio físico que tanto le hacía sufrir por las noches.

¡Joder, mierda! Ya no me acordaba del tipo de anoche, ¿cuál era su nombre: Pedro, Pablo, Paco…? Y mientras él se revuelve entre las sábanas que no ha compartido y se despereza para tomar otra posición, Alex aúlla en silencio con el resto de la manada de lobos quiméricos que se postran en su mente.

El…¿chico? ¡Madre mía, qué joven! Seguro que no supera los veinticinco años. Quizás, como mucho, llegue a los veintisiete. Hay que echarlo de casa ya, a saber quién es y a qué se dedica. Y entonces, además de perder la memoria, cree haber perdido toda dignidad- por lo menos la poco que le faltaba- pero no puede remediarlo, últimamente los clubes nocturnos y el alcohol son sus primeros recursos, y bajo sus efectos se convierte en una Destiny cheerleader dispuesta a arrasar con cualquier hombretón- u hombrecito- que se le cruce por el camino (...)

jueves, 28 de mayo de 2009

Not a perfect day


No es el día perfecto para el amor, ni lo es para el desamor, ni para la estupidez, ni la incoherencia, ni siquiera para la cordura que vigila con descuido aquel rincón de la habitación donde asoma el ovillo de ropa acumulado durante estos últimos días.
No es el día perfecto para llorar, ni reír, ni para cavilar en las innumerables estupideces que se me pasan por la cabeza.

Un día lleno de conversación sobre las necedades del ser humano y sobre cómo queremos cambiar. Más tarde, una noche llena de sueños con vírgenes con los que poder juguetear y con bacanales que te llegan a desorientar incluso los primeros minutos en los que permaneces despierta tumbada en la cama y mirando embelesada el techo que nada tiene que decirte.

Te pasas la mano por la cabeza y te preguntas cuánto tiempo durará esta nueva obsesión- la misma de siempre, al fin y al cabo- y porqué, de repente, te ha vuelto a surgir.
Y piensas, cómo siendo una idiota, te resguardas en los sábados nocturnos, aún frescos, y en sorbos de vodka, esperando que, por arte de magia, surja el Dioniso que siempre has deseado encontrar. Pero lo único que se mueve entre la muchedumbre borracha son tipos que nada saben sobre la sensualidad y la pasión y que regalan un polvo- de estos cutres y baratos- a cualquiera que pasa por su lado. Babean sabiendo que las hay tan excesivamente fáciles como ellos, y después se disponen a correrse, creyendo que son unos atractivos sementales follando con alguien a quien ni siquiera van a recordar a la mañana que les sigue.

Y vuelves a zambullirte entre las sábanas sucias y compruebas que tu pelo huele a humo, pero, además, también huele a alcohol y a colonia de hombre, al igual que tu vestido negro, medias y bragas.

Abres la ventana para que se aireé un poco la habitación, pero no hay nada que hacer con el hedor de lo inmundo, y oliendo el pudoroso ambiente que ha dejado lo que anoche te pareció sutil y hedónico, tu cabeza da vueltas porque sabes que nadie es de los tuyos y que, sin embargo, tú eres como ellos. Un pensamiento tan nauseabundo como todo lo que queda de día, pero, sin más remedio, y pensando que no es el día perfecto para nada en absoluto, vas corriendo al baño a vomitar el resto que ha quedado de la noche.

05/05/09