viernes, 29 de mayo de 2009

Entre sábanas (1)

Poco a poco, y como si los primeros rayos de Sol por la mañana infiltrados entre las rendijas de la persiana entreabierta no hicieran más que golpearle su diminuta y, sin embargo, melenuda cabeza, la joven Alexandra se despierta de sus sueños. Pesadillas, en realidad. No recuerda qué pudo haber soñado, pero la sensación de malestar es notable y ciertamente tediosa.

Es época de calor, pero, a pesar de ello, nota cómo su tersa piel desnuda comienza a erizarse ante la brisa matutina que ha entrado por la ventana. Abre un poco los ojos. Sin duda alguna, la claridad, intrusa en la habitación, le ataca directa e insidiosamente en el rostro y sin poder hacer otra cosa, los vuelve a cerrar, y encoge los músculos de la cara como si algo le fuera a propinar una buena tunda.


No lo aguanta más. Al fresco se le suma el incipiente dolor de cabeza, o quizás, piensa ella mientras se pasa la ruda mano por la frente, ha estado ahí toda la noche y no me he dado cuenta hasta estos momentos. Pero ¿qué más da?, a parte de que ha perdido la noción del tiempo y de que la memoria le ha borrado un par de recuerdos recientes, no siente nada más;- el dolor de cabeza no le supone ningún problema porque ha acabado acostumbrándose a las resacas tras treinta y cuatro noches fatídicas, contadas todas y cada una de ellas por la propia Alex-.

Vuelve a sentir cómo el frío le atiza en el cuerpo y es cuando descubre que la sábana, de un color ígneo con estampas de grandes margaritas amarillas, apenas le tapa. Estira la mano hacia aquella zona de la cama vacía, aquella donde jamás se atrevía a dormir o a recostar su cabeza sobre la almohada para poder arroparse, pero, para su sorpresa, lo que encuentra detrás no es la oquedad que acostumbra a despertar con un beso de buenos días, ni el hueco de la silueta marcada a ese lado del colchón, ni el vacuo espacio físico que tanto le hacía sufrir por las noches.

¡Joder, mierda! Ya no me acordaba del tipo de anoche, ¿cuál era su nombre: Pedro, Pablo, Paco…? Y mientras él se revuelve entre las sábanas que no ha compartido y se despereza para tomar otra posición, Alex aúlla en silencio con el resto de la manada de lobos quiméricos que se postran en su mente.

El…¿chico? ¡Madre mía, qué joven! Seguro que no supera los veinticinco años. Quizás, como mucho, llegue a los veintisiete. Hay que echarlo de casa ya, a saber quién es y a qué se dedica. Y entonces, además de perder la memoria, cree haber perdido toda dignidad- por lo menos la poco que le faltaba- pero no puede remediarlo, últimamente los clubes nocturnos y el alcohol son sus primeros recursos, y bajo sus efectos se convierte en una Destiny cheerleader dispuesta a arrasar con cualquier hombretón- u hombrecito- que se le cruce por el camino (...)

3 comentarios:

Yoyo dijo...

Buena forma de redactar... espero la siguiente..
Besos
Yoyo

Anónimo dijo...

Esas situaciones se solucionan con un: oye, chaval, debes irte porque he invitado a una gente a comer...

Lo vi en una peli de la que no recuerdo el título.

Y parece un modo elegante de largar a alguien...

Un fuerte abrazo desde el Otro Lado

Laura dijo...

Tienes razón, Borja :-D

cuando lo necesite hacer, lo haré xD