martes, 30 de marzo de 2010

Adiós



Ya no habrá hasta luegos para ti nunca más.
Mañana todo será real y quizás te eche de menos, pero no puedo prometerte nada.
Y, aunque lo más seguro es que no te quería lo suficiente, sé que tampoco te mereces el adiós.
Recordaré tus chistes que me hacían reír de pequeña,
y recordaré la manera despótica que tenías de mirar a la gente.
Recordaré cómo me piropeabas cuando cumplí 15,
y cómo dejaste de preguntarme qué tal me iba con verdadero interés.
Recordaré que fuiste una de las razones principales por las que me vine a vivir aquí,
y recordaré que, al igual que todos, me mostraste la verdadera cara de mi familia.
¿Mentiras, avaricia, arrogancia?
Rencor, sobretodo rencor.
¿Qué he sentido al perderte?
Hoy, para sorpresa mía, no hay melodramas,
sólo carne sin bombeo vital,
hilos de sangre escapando de tu cuerpo
y llamadas constantes para preguntar por ti.
Pero ya no estás,
y tu billete no es de regreso.
Tú eras mi familia.
Luego, deseé que dejaras de serlo.
A continuación sentí conmiseración por ti,
hasta que tu parte más inhumana salió de su escondite.
Tal vez me equivoque diciendo esto último.
Después de todo, sólo buscabas un motivo- humano- por el que volver a aflorar.
¿Sexo, juventud, lujo?
¡Qué más me da!
Finalmente me acostumbré a tu ignorancia y aprendí a ignorarte.
No te estoy echando nada en cara,
al fin y al cabo tú también tines cosas que reprocharme:
No te llamaba el día de tu cumple
-más bien me importaba poco-
Te tildaba de misogino.
Critiqué tus necesidades.
Te grité que no me chillaras.
Hasta llegué a odiarte,
pero creo que fue porque no supe comprender tus razones.
Y ahora me queda el recuerdo eminente de tu ausente saludo
mientras lavabas el coche en casa de la abuela hace una semana.
Esa fue la última vez que te vi.
Creo que lo siento por todos los demás.
No será difícil olvidarte,
aunque, te soy sincera,
no tengo intención de ello.
Fuiste, y seguirás siendo, un elemento clave de mi vida.

martes, 23 de marzo de 2010

Quiero hablar francés.



Estoy lista para cualquier cosa.

Mis manos no han aprendido a hacer nudos marineros y tampoco son capaces de arreglar redes de pesca.
Mis brazos todavía no son válidos para sostener todo mi peso en una flexión, y mi peso no es capaz de soportar su número.
De igual forma, mis ojos no han aprendido a no ver esas cosas que invento; ni mis oídos a escucharme cuando me susurro entre las sábanas calentitas que es hora de levantarse.
Por la misma regla de tres, mis pies tampoco han aprendido nada nuevo, ni mis dedos, ni mi vientre, ni mis piernas, ni mi entrepierna.

Pero estoy lista para cualquier cosa: para tumbarme sobre el césped que hay enfrente de Palacio de Oriente las tardes que se presenten frescas, lista para soportar el calor madrileño, para probarme mis vestidos nuevos en la habitación o para jugar a que me desvisto con el vecino del hotel de al lado desde nuestras respectivas ventanas.
Y mientras algunas tailandesas aprenden a lanzar bolas de ping-pong a más de medio metro con la vagina, yo ando lista para cualquier cosa que se atreva -o no- a desafiarme.
A decir que no a las fiestas nocturnas que me propongas, sin tener que sentirme una aburrida después o incluso a declararme inocente si mato a alguien.

domingo, 14 de marzo de 2010

T


Con mucho limón, azúcar y muy calentito, así es como a Aurora y a Noemi les gusta el té.
Las tardes se pasan como muchas otras, entre risas, cotilleos, y teorías existenciales en alguna de las habitaciones de la residencia.
(Las noches ya son un tema a parte)
Mientras tanto, a sorbos grandes, dejamos los vasos vacíos; y uno detrás de otro, al final ya no quedan sobrecillos de té por ningún lado.
Ahora, que no tenemos teína, somos adictas a las tardes que bebemos las tragicomedias de nuestra vida.

martes, 9 de marzo de 2010

No soy ningún monigote


Esta es mi cabeza.
Sobre ella se balancea mi cabello- encrespado algunas veces- al son del viento; y sobre ella anda a menudo, atareada, una Laura que se obliga a sí misma a ser cuerda, pero sólo consigue, y ella bien lo sabe, andar colgada como muchas otras, en postes de madera con pintura desconchada.

Estas son mis cuerdas, y sólo las ato cuando me apetece.
De ellas cuelgan penas ahorcadas y nacen diversas risas que varían en función del momento, como si supieran de antemano cuál es la correcta en cada situación. A veces me hacen perder la voz, y otras muchas, la coherencia. A pesar de eso, las adoro, porque sé también que ellas me aman. Son mi único amor incondicionado.

Este es mi cuerpo.
Algunas veces lo vendo y otras lo regalo- al mundo, no a la gente-. Normalmente anda con paso envanecido, aunque, en días de tristeza, se encorva.
Sobre él se encuentran mis hombros, que detestan ser rudos; mi ombligo, que, por el contrario, le encanta ser el centro de atención, y también mis diminutos pechos que a nada temen.
Siempre podría pedir uno mejor, pero entonces, me privarían del vicio que tengo de quejarme.

Esta es mi mente.
Testaruda, orgullosa y dramática, me defiende incondicionalmente ante factores externos, como los gritos de un amigo enfadado, los llantos de reproche, las risas que se abalanzan a atacarme o las amenazas de cualquier ser estúpido que me encuentro por la vida. A veces sueña con jinetes perversos, y otras veces piensa en ti. Otras, simplemente se queda en blanco...

Siempre me pregunto de qué manera acaban las cosas y es por eso que a veces olvido que todavía existen.
Como muchas otras veces, hoy escribo sobre mí, porque sé que siempre me tendré vaya a donde vaya sin importarme el destino final.

domingo, 7 de marzo de 2010

Perdido entre tanto encanto


Ayer soñé con un jinete.
Tenía capa y botas negras,
y sombrero y cinturón negro.
El caballo que montaba,
cuyo lomo acerado cabalgaba al son de la muerte,
era también oscuro,
como el azabache.

El jinete negro no tenía límites ni destino alguno.
Su objetivo principal se veía abrumado por la amargura de la indeterminación.
Pero, sin que eso fuese un problema,
seguía su paso a trote
mientras pasaba desiertos,
mientras descubría ríos y manantiales,
mientras se adentraba en selvas frondosas;
mientras cruzaba carreteras.
Mientras visitaba poblados.

El jinete negro era astuto,
como las ratas que nos roban la comida.
Era vil,
como la Cruela de Disney,
Y era impiadoso,
como el ser que no tiene conciencia.

Mi jinete negro mataba gente:
Les degollaba,
dejaba rodar cabezas,
extirpaba entrañas y vicios,
arrancaba ojos,
cortaba manos y pies.
Asfixiaba a mujeres,
violaba a niñas,
asesinaba a hombres
y comía la carne tierna de los muchachos.

El jinete negro era malvado,
despiadado,
insensible,
inhumano, rústico y bárbaro.
Era sanguinario,
temerario,
salvaje y fiero,
vándalo,
rudo.
Era sádico y violento.

Al jinete negro le encantaba la noche,
y sus manos ensangrentadas hurgaban en los pechos de mujeres ya muertas.
Blandía una única espada,
y con ella partía a la gente en dos.
y tres, cuatro y hasta en cinco cachos.
Oh, sí, el jinete negro quitaba vidas,
quemaba bosques,
y destrozaba cuerpos...

¡Pero qué bien me hacía el amor!

jueves, 4 de marzo de 2010

Zoom (2)


Soy un marido en Nueva Jersey que pronto se dará a la bebida porque anda obsesionado con encontrar a la bella Scarlet, a través de unas pruebas de laboratorio que le hice a una mancha de pintalabios en una colilla tirada en el suelo de un edificio de Nueva York, donde supuestamente paseó aquella mañana mi querida para hablar con el editor,trajeado y atractivo, de su próximo libro titulado Me ire cuando no te enteres.
“Tranquila, la ilustración de la portada quedará fabulosa”