miércoles, 16 de febrero de 2011

Resultado:


Sabía que tarde o temprano su decisión acarrearía consigo consecuencias, e iban a ser funestas, aquello era algo de lo que no se podía dudar. Ni un movimiento sísmico, ni un tizón de grandes dimensiones, ni una lluvia torrencial eran peores sucesos. Pero, qué importaban las magnitudes de éstas. Lo que ella había decidido era, al fin y al cabo, lo que su mente y cuerpo deseaban y no pudo dejar escapar las continuas oportunidades que la vida le había otorgado para pecar… ¿pecar? La dimensión de su deslealtad había llegado a rozar la traición más pura. Traición a él. Traición a los demás. Traición e ella misma.

Ciertamente, y como si el destino insidioso le estuviera acechando durante todo momento, mostrando el camino hacia las mejores- o eso pensaba ella- casualidades de la vida, la oportunidad de dejarse caer una y otra vez bajo los enormes tentáculos de aquel a quien llamaba el hombre-pulpo, la fiera marina del que se había enamorado, había ocurrido, en cuantía, numerosas veces. Parecía que se le había asignado a alguien la tarea de calcular con exactitud la distancia entre ellos, sus horarios, sus plazas de coche en el aparcamiento de la empresa, sus compañeros de departamento, sus clientes… Las casualidades se calculan para que puedan hacer bien su trabajo.

Pero las casualidades no fueron las culpables. Si su vida se descarrilaba de la vía, era únicamente por su impericia. Y se maldijo por no poder culpar a nadie, por no poder decir “él suscitó todo”, “yo soy la víctima del juego”, “nadie me advirtió de las consecuencias”. No. Ella las conocía, y hubo un tiempo en el que se las replanteó y las analizó, las pensó y las odió, pero una vez tomada la decisión ya no había marcha atrás.

Y ahora, cada segundo que pasaba- tic-tac- era un segundo que se acercaba al desengaño. No al suyo, por supuesto.

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