miércoles, 21 de septiembre de 2011

Mesa manchada de café



Llegó con prisas, dándome un golpe con su bolso rojo de charol.

-Perdón- dijo, mirándome fijamente a los ojos.
-No pasa nada-

Mientras ella buscaba un sitio en el que sentarse, yo observaba embelesada su vestido azul oscuro con un estampado marinero que, a mi parecer, era ridículo, pero que marcaba su silueta delgada y perfecta. Tenía una melena lisa y caída, casi aplastada, tanto, que sus orejas sobresalían de entre aquella fina cortina de pelo.

Yo tomaba un capuchino doble, ella se había pedido un zumo de arándanos. Al sentarse, cerca de mi mesa, me sonrió, y entonces me fijé en sus ojos.

Sí, qué tópico, ¿verdad? Los ojos, que no sirven para nada más que cursilerías. Los ojos que son recurrentes para todo. ¿Te gustaba?, ¿era guapa? Bueno, tenía una mirada que embriagaba. ¡Qué ojos más bonitos tienes! Los ojos, que nada hablan y todo lo dicen. Fueron aquellos ojos y no otros. Me miraban tan complacidos y sonrientes, que, por más que lo intenté, no pude volver a concentrarme en mi lectura. Desde su mesa, me preguntaban acerca de mi soledad, pero yo intentaba esquivar su mirada constantemente.

La chica, que entendió mi huída como una derrota, cruzó las piernas y sacó su portátil para  hacer a saber qué trabajo pendiente. Pero no lo podía evitar, y de vez en cuando me miraba por encima de la pantalla, volviéndome a preguntar cosas que yo no entendía, o no quería entender.

Mientras, yo tomaba a pequeños sorbos entrecortados mi capuchino doble y simulaba que leía.

En un momento de despiste, la chica decidió sentarse a mi lado y de un sobresalto, derramé el capuchino sobre la mesa.

-Oh, vaya, lo siento. Te he asustado- dijo entre risas- te pediré otro, no te preocupes. Es que te he visto sola y me he tomado la licencia y confianza de sentarme aquí contigo para charlar. ¿No te importa, verdad?

En absoluto. Para nada. De ninguna manera.

-Soy Erika.

Y comenzó a relatarme su pequeña travesía por la vida. Me contó cosas a cerca de su familia, que era de origen belga, pero que llevaba ya dos generaciones viviendo en España. Me contó que detestaba ponerse vaqueros y que bajo ningún concepto se depilaba las axilas, que toda esa tontería de arrancarse el vello del cuerpo era una necesidad que nos habían creado.

-Claro que, realmente no tengo casi nada de pelo en el sobaco.

También mencionó algo de sus aficiones: le gustaba el badminton, las cuentas y sentir la lengua sobre…
-Las cosas calientes.
-¿Cosas calientes?
-Si, como el café, por ejemplo. Me encanta que me arda la lengua y que parezca que se quiebra en mil cachitos al rozarla con el humo que desprende el café bien caliente.

Era una chica extravagante. No extraña, pero sí muy ensimismada en sus cosas que yo consideraba tonterías y que, contradictoriamente, me fascinaban.

-¿Y tú?- dijo mirándome fijamente, de nuevo con aquellos ojos preguntones, asaltadores y entrometidos.

Yo era una escritora, frustrada, como casi todas las mujeres de letras. Le expliqué también que me gustaba mucho la fotografía, aunque era una negada de la cámara y que llevaba tiempo intentando inspirarme con una foto de Helmut Newton para escribir mi nueva novela, pero que lo que tenía de momento, era bazofia.

De repente, volví a derramar el capuchino cuando noté una mano que acariciaba mi muslo. Erika sonrió de nuevo y pidió otro capuchino, sin vacilar y sin dejar de acariciarme, por supuesto.

-Apuesto a que tienes otras muchas cosas interesantes que contarme.

Apostaba mal, pero no quería parecer menos cosa que ella, y espeté:

-Bueno, todo el mundo tiene sus aventuras y secretos…

Ella me dijo que le encantaría descubrirlos, a la vez que su mano subía lentamente hasta mi entrepierna, colándose debajo de la falda.
 Que tenía muchísimas ganas de que le enseñase alguna poesía que tuviera escrita, y sus manos avanzaban hasta quedarse rozando mis braguitas de algodón.
 Que se moría por compartir conmigo nuestros gustos por Helmut Newton, y sus dedos bailaban para buscar mi humedad inminente y quedarse acariciándome los labios.

Sin querer, ahogué un suspiro y cerré los ojos, intentando no pensar en nada. Ella seguía manoseando, primero círculos concéntricos, después rectas de arriba a bajo, más tarde el índice que…

-Para…- le dije.

Abrí los ojos y vi cómo la japonesa de al lado nos miraba, estupefacta, mientras sostenía su sandwinch en la mano.

Erika rió, y sonrió, y con aquellos ojos me susurró:

-Derrama esta última taza de tu capuchino y así tengo una excusa para invitarte a tomar algo a mi apartamento.

3 comentarios:

Juan Carlos dijo...

mmm suculenta invitacion..
no desaprovecharía la oferta verdad?? o eso viene en el siguiente capitulo??

Eduardo Yuguero dijo...

Probablemente braguitas sea la palabra mas sexy y provocativa del castellano.
LoveIt.

coco dijo...

¿me pasas un kleenex? (y no es para llorar, precisamente)