Noe tiene mal
cuerpo y ganas de no comer. Le digo que se quite las sábanas y se ponga algo de
color, que nos vamos a airear, a pasear entre los copos blancos que hoy caen
por las avenidas, que eso sienta bien. Pero me mira y me dice que no, que
mañana, que me lo promete, y yo le digo que no importa, que el futuro
prosperará. No nos damos cuenta ninguna de las dos del porvenir que nos
espera, que la razón a veces no da para vivir, que los pesares del tiempo atrás
son más fuertes y que nos atormentarán aunque no queramos. Incluso los buenos
tiempos, que fueron muchos y pasaron entre cañas de azúcar y ríos Resbalosos.
Le ponemos
una cinta roja a todo lo que nos importa: la bicicleta, el pelo, el equipaje.
Los vaivenes nos enseñan que hasta las
ganas se pueden perder en el transbordo, pero creemos en la santería y le pedimos al cobre que nos traiga de
vuelta esa sensación de querer seguir.
Noe me
pregunta qué tal mi día y yo le contesto con lo mismo de siempre. Sé que ella
quiere que volvamos juntas al verano de 2012 y que andemos por la playa en
nuestros vaporosos bikinis mientras saboreamos un bucanero. Puede que yo lo
quiera más que ella. La realidad es que se ha esfumado todo Agosto en un instante
y ni las fotos lo pueden traer de vuelta. Algo ha muerto y nos pesa en los
párpados y en los pies.
Preparo té
con canela y Noe lo bebe a sorbitos, con la mirada puesta en el vacío. Yo
quiero hacer algo por ella, pero no se deja, eso pienso; o no quiero, eso
pienso después. Me acuerdo de Gladis y de aquella vez que lloramos entre
cervezas — siempre es fácil llorar entre cervezas—. Ella me contó que perdió a
su marido en el mar, porque los tiburones se lo comieron cuando él fue en busca
de un futuro mejor. Yo le prometí que los días cambiarían y después nos fuimos
a nuestras respectivas camas, sin volver a saber nada más la una de la otra.
Las seis de
la tarde se ha devorado a Noemí y yo he vuelto a casa para cambiar las sábanas
y abrir la ventana. Hago una llamada y el teléfono me llora. No he podido lidiar
con su tristeza y pido perdón por no haber sabido desviar la ruta. El auricular
me moja las orejas. Debería haber puesto una flor amarilla encima del armario,
pienso, o un vaso de agua debajo de la cama, o haber embadurnado su nuca con
cascarilla. Ahora me quedo muda, pensando en los pinceles que tengo sin usar.
1 comentario:
Hacía mucho tiempo que no pasaba por aquí, mucho tiempo de abandono de buenas costumbres. Ahora que te leo, cuanto me arrepiento.
Me ha encantado. Gracias por este regalo de hoy ;).
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