miércoles, 19 de diciembre de 2018

27


Si me pongo a pensar - y lo hago mucho- en aquel colgante verde que perdí, mi atesorado colgante verde de la buena suerte que perdí, no puedo evitar preguntarme qué habría sido de mi vida si todavía lo llevara puesto.
A veces pierdo la cabeza también. Lo noto con los deseos intangibles, los que quiero confesar y no me atrevo. Quedan unas horas para volverme tarada de nuevo, para escurrirme entre números pensando que, ¡joder! ya no hay vuelta atrás. Ni colgante verde de la buena suerte. Pero decido consumir el tiempo con cigarrillos y me visto en un intento de guapa. Igual ya no me importa - aunque un poco sí - que el tiempo pase siendo feliz, que es una palabra cursi que uso mucho y no me gusta nada. Será su sonoridad. Será que no tengo mi colgante verde de la buena suerte. Será que diciembre es siempre nostálgico y a mi, en el fondo, me gusta.
De nuevo la pregunta: ¿qué hubiera sido de mi vida si no hubiera perdido mi colgante verde de la buena suerte? Si no lo hubiera perdido, me digo, como perdí aquella vez ese avión a Edimburgo, o como aquella otra vez mi vaquero favorito - todavía no sé cómo - o mi pendiente de aro, o mi primer amor... cuántos caminos hubiera dejado atrás. Si no hubiera perdido mi colgante verde de la buena suerte.

jueves, 20 de septiembre de 2018

Otra vez en sueños


Me oprimías la tripa, la devorabas por dentro. Como un parásito raro al que debía de extirpar con bisturí. Nadabas dentro cual sapo de cenagal. Un asqueroso bicho metido en el estómago. Vivía con miedo a que pudieras abrirme en carne y pedir que te amamantase. Era más la sensación de compartir espacio y cuerpo contigo, que saber que pudieras existir. Y existías.

Solo necesité un instante, un momento de caos en el que te di por perdida, en el que ya no notaba un bulto sobresaliendo en el ombligo, en el que creía que ya no consumías vísceras, cuando te lloré temblorosa para que volvieras a ser el tedioso bicho que cargaba conmigo.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Hallazgo


La soledad tiene eso del aguante. Camino sin rumbo, con pies dolientes y mente confusa. No importa lo cansada que esté, sigo con el trote (o el arrastre) porque me empeño en el encuentro. El lugar que me haga feliz sin importarme el silencio, mirándome las manos, disfrutando de mi hallazgo.

lunes, 16 de abril de 2018

Desastre


Me persigue el casi imperceptible ruido del miedo. Está ahí, aunque no esté, como siempre, taladrando cabezas, despejando sueños, improvisando desavenencias. Cuando no soy, meto la pata. Cuando soy, también. A veces, instintivamente, como algo cotidiano y automatizado por el cuerpo, suelto todo el desastre, sacudiendo los brazos y carraspeando la garganta. Si pudiera, me contendría, aunque implosionase. Solo para corroborar mi teoría de que no hay manera alguna de poder hacerlo bien.